Esta semana los habitantes de Reino Unido deberán tomar una decisión que para bien o para mal va a incidir en el futuro de su nación, en el de Europa y en general de todo el mundo.
Lo que los votantes definan no se va a quedar en el horizonte inmediato sino tendrá consecuencias de muy largo plazo.
Algo parecido sucederá a México en 2018.
El proceso electoral que tendremos entonces será mucho más que otra elección. Será quizás un punto de definición respecto a un proyecto de país.
¿Por qué digo que el escenario es parecido al Brexit? La razón es que AMLO es el único potencial candidato cuya bandera ha sido echar para atrás reformas como la educativa o energética, además de adoptar en general actitudes conservadoras frente a las reformas para proteger los derechos de las minorías.
AMLO está en cierta medida en lo correcto cuando afirma que hay dos partidos políticos en México, Morena y todos los demás.
Ni entre el PRI, PAN o incluso PRD se ha planteado como bandera el echar para atrás las reformas.
Hay evidentes desigualdades entre los partidos diferentes a Morena pero tienen en común que en general proponen perseverar en un modelo de país que se ha ido construyendo desde los años 90 del siglo pasado.
Las elecciones del 5 junio mostraron que no es nada remoto poder ganar una elección con porcentajes bajos de la votación.
Por ejemplo, en Tlaxcala el candidato del PRI y sus aliados ganó con 34.5 por ciento de los votos; en Veracruz el ganador (PAN-PRD) obtuvo 35.4 por ciento de los votos.
Si las tendencias siguen como van, lo más probable es que cualquiera que gane las elecciones de 2018, lo haga apenas con una tercera parte de los votos.
Y si AMLO mantiene el liderazgo en las intenciones de voto, entonces pudiéramos tener en 2018 un presidente determinado a poner reversa en las reformas con un porcentaje escaso de legitimidad en términos de votos.
Yo no estoy de acuerdo con poner reversa en las reformas, pero si ello se hiciera, debería hacerse con un amplio respaldo de la población.
Y si la mayoría estuviera en contra de cambiar el camino del país, debería contar también con un respaldo claramente mayoritario. Por eso el legislar sobre la segunda vuelta en las elecciones presidenciales podría ser la vía para establecer realmente un virtual referéndum sobre el modelo de país.
El PRI se opuso sistemáticamente a la segunda vuelta, que ya fue propuesta por PAN y PRD. Pero en el escenario político que resultó del 5 de junio, las cosas pueden haber cambiado.
Sé que la segunda vuelta tiene muchas complicaciones y que cambiar las reglas para ahora instrumentarla sería algo complejo y delicado.
Sin embargo, me parece que caminar hacia una elección con la trascendencia que tendrá la de 2018, en la que el ganador tenga apenas la tercera parte de los votos y 20 por ciento del padrón a su favor (y eso si hay participación elevada) puede gestar una crisis política que, cualquiera que sea el resultado, entrampe al país por años.
Estamos a tiempo de darle más racionalidad a nuestro proceso de decidir el futuro.
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