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Por mucho que repugnen los comunistas a todas las personas amigas de la libertad, fuerza es reconocer que a veces dicen la verdad. Por ejemplo, Fidel Castro afirmó hace poco que los líderes comunistas morirán, “pero quedarán las ideas”. Es un demonio, pero tiene más razón que un santo.
El comunismo es el sistema más criminal de la historia de la humanidad. Cuando finalmente cayó el Muro de Berlín, la señal más importante de la crisis del socialismo real, algunos ingenuos pensaron que era su fin. No lo era en absoluto, porque las ideas quedan, como dijo Castro.
Esas ideas son radicalmente antiliberales, pero también atractivas, porque entroncan con la peor Ilustración, la más racionalista, y con la “fatal arrogancia” de pretender cambiar la sociedad quebrantando los derechos individuales desde el poder, en aras de la consecución de objetivos plausibles de carácter colectivo. Nada pulsa con más intensidad las cuerdas atávicas de nuestro pensamiento que esta idea de cambiarlo todo a la fuerza y por nuestro bien. Por cambiar, el colectivismo pretende incluso cambiar al ser humano, y el “hombre nuevo” fue un anhelo tanto de los nazis como de los comunistas.
Pero los nazis quedaron atrás, precisamente porque los comunistas, sus aliados naturales, los abandonaron en la Segunda Guerra Mundial, en el movimiento más brillante de su negra historia. A partir de ahí intoxicaron al mundo con un éxito tan espectacular que se adueñaron de los derechos humanos, cuando nadie los ha violado más que ellos. Pero tomaron la delantera, y allí están. Y a todo el mundo le pareció lógico y natural que Baltasar Garzón defendiera los derechos humanos persiguiendo a Pinochet, cuando jamás le tosió a Fidel Castro. Si queremos una imagen de la victoria de las ideas de la izquierda, esa es perfecta: Pinochet es un dictador malvado, pero Castro, que lleva casi sesenta años oprimiendo salvajemente a su pueblo, es un político bonachón, quizá no del todo impecable, pero que nunca se puede comparar con Pinochet o con Videla: a ellos sí que hay que juzgarlos en nombre de los derechos humanos universales e imprescriptibles. A Fidel Castro no, porque, en fin, lo malo de Cuba es culpa de…Estados Unidos, claro, lo sabe cualquiera. También los yanquis son los culpables de que no haya comida en Venezuela, claro, y no el socialismo.
La mentira constante, la distorsión de la historia, la demagogia colectivista, el odio a la libertad y a sus instituciones, la justificación de la violencia contra personas e instituciones consideradas atrasadas, como la Iglesia Católica, etc. Todo ese discurso escandalosamente mendaz es el que prevalece, con matices, en las izquierdas en nuestros días, cuando el comunismo está a punto de cumplir cien años y cien millones de muertos. Y ahí están los comunistas. Si eso no es un éxito de sus ideas que venga Lenin y lo vea.
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