Capriles y Tintori, a la cabeza
Por Álvaro Vargas Llosa
La gira latinoamericana de Henrique
Capriles, en la que ha sido recibido por varios Presidentes, y la
campaña internacional humanitaria, “Rescate Venezuela”, dirigida por
Lilian Tintori, la indesmayable esposa de Leopoldo López, nos demuestran
que Venezuela está en condiciones de superar la tragedia. Allí están los líderes, las ideas, la fortaleza moral.
Lo único que falta es que la comunidad internacional acabe de darle a
ese país, al que su dictador está infligiendo la peor humillación de su
historia contemporánea, una oportunidad.
La próxima semana, gracias a que
el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, la invocó el 31 de mayo,
se debatirá en Washington la aplicación de la Carta Democrática a
Venezuela. Si prevalece lo de siempre, una actitud cómplice con
los victimarios, la posibilidad de una solución de corto plazo habrá
desaparecido. Si prevalece la solidaridad con las víctimas -las de carne
y hueso, pero también la Constitución-, se habrá abierto una vía que
podría acelerar la transición de la barbarie a la civilización.
La aplicación de la Carta
Democrática dará un instrumento a quienes, dentro y fuera de Venezuela,
pretenden que ese país recupere la democracia, la convivencia pacífica y
la racionalidad económica. Es la ausencia de ese instrumento
lo que hace tan difícil a la comunidad internacional, y me refiero a los
países bien dispuestos, actuar de un modo eficaz. El vacío facilita
mucho la tarea de los pocos gobiernos latinoamericanos y de otras partes
que por razones ideológicas pretenden la eternización del chavismo y la
de quienes, sin llegar a ese extremo, temen ser más enérgicos por el
riesgo de quedar aislados o comprometidos.
Todos los mecanismos integradores de la
región tienen cláusulas democráticas, empezando por el Mercosur, que
Venezuela presidirá en el segundo semestre de este año, y Unasur, que
Caracas preside ahora mismo. Si la Carta Democrática estuviera en proceso de ser aplicada, esos espacios se le cerrarían a Maduro.
Como se le cerraría el que tan bien aprovecha cada vez que, ante una
llamada de atención prudente de Washington, invoca el fantasma del
imperialismo (le surtió efecto durante la Asamblea General de la OEA en
Santo Domingo esta semana: bastó que Venezuela reprochara a John Kerry
sus palabras en favor de la democracia y los derechos humanos para que
éste anunciara diálogo con Caracas).
El gobierno de Obama no quiere hacer el
papel de “malo” en solitario y exponerse a la acusación de injerencista.
Si los latinoamericanos no se ocupan de su vecino, no nos meteremos
nosotros, sostiene el Secretario de Estado. La Carta Democrática
ofrecería una cobertura legal y moral para presionar a Maduro a aceptar
el referéndum revocatorio que su propia Constitución autoriza. Porque
de eso se trata: no de dar un golpe al golpista, sino de consultarle a
un pueblo que soporta hambre (cuatro quintas partes ya malviven en la
pobreza), escasez y violencia, si quiere seguir en manos de una tiranía o
prefiere, como los vecinos, una democracia. Es todo lo que
reclama la oposición. Qué digo oposición: es todo lo que reclama el
sentido común para que la salida sea pacífica.
Si los tres ex Presidentes que piden
diálogo para prolongar el régimen de Maduro pidieran el referéndum -como
lo hacían, para que Chile se sacara de encima al régimen de Pinochet,
sus pares ideológicos en los 80s-, la posibilidad de esa salida sería
mayor. Por eso también es necesaria la Carta Democrática: para que
Maduro entienda que el diálogo debe ser el inicio de una transición y no
un subterfugio para evitar la consulta.
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