Michael Spence
Michael Spence, a Nobel laureate in
economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business,
Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations,
Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic
Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong … read more
MILÁN
– No creo que los extranjeros hagan un aporte positivo cuando
pronuncian opiniones fuertes sobre cómo los ciudadanos de un país, o los
de una unidad mayor como la Unión Europea, deberían decidir frente a
una opción política importante. Nuestras percepciones, basadas en la
experiencia internacional, a veces pueden resultar útiles; pero no
debería existir ninguna confusión respecto de la asimetría de los roles.
Esto
es particularmente válido en lo que concierne al referendo británico
sobre si seguir formando parte de la UE o no. A escasos días de la
votación, el resultado es demasiado reñido, y parece haber suficientes
votantes indecisos como para inclinar la balanza hacia un lado o hacia
el otro. Pero en un momento en el que la fragmentación política y social
se extiende mucho más allá de Europa, los extranjeros tal vez puedan
sumar cierta perspectiva sobre lo que realmente está en juego.
En
primer lugar, no debería sorprender que, en términos de la distribución
del ingreso, la riqueza y los costos y beneficios de un cambio
estructural forzado, los patrones de crecimiento en la mayor parte del
mundo desarrollado hayan sido problemáticos en los últimos 20 años.
Sabemos que la globalización y algunos aspectos de la tecnología digital
(particularmente aquellos relacionados con la automatización y la
desintermediación) han contribuido a la polarización del empleo y el
ingreso, ejerciendo una presión sostenida sobre la clase media en todos
los países.
En
segundo lugar, la crisis en curso en Europa (más parecida a una
enfermedad crónica) ha mantenido el crecimiento en niveles demasiado
bajos y el desempleo -especialmente el desempleo juvenil- en niveles
inaceptablemente altos. Y Europa no es la única. En Estados Unidos, si
bien la tasa formal de desempleo ha caído, los fracasos de gran escala
en términos de inclusión han alimentado el desencanto -tanto de la
izquierda como de la derecha- con los patrones y las políticas de
crecimiento que parecen beneficiar desproporcionadamente a los
ciudadanos de mayores ingresos.
Dada
la magnitud de las recientes sacudidas económicas, los ciudadanos de
los países desarrollados podrían estar más felices si hubiera pruebas de
un esfuerzo concertado -basado en una repartición genuina de la carga-
para hacer frente a estas cuestiones. En el contexto de Europa, eso
implicaría un esfuerzo multinacional.
Pero,
en general -y, nuevamente, en todo el mundo desarrollado- han faltado
respuestas efectivas. Los bancos centrales se quedaron prácticamente
solos con objetivos que exceden la capacidad de sus herramientas e
instrumentos, mientras que elementos de la elite esperan la oportunidad
de culpar a los responsables de las políticas económicas por el mal
desempeño económico.
Frente
a respuestas de políticas no monetarias que son entre deficientes e
inexistentes en relación a la magnitud de los desafíos que enfrentamos,
la respuesta natural en una democracia es reemplazar a los que toman las
decisiones e intentar algo diferente. Después de todo, la democracia es
un sistema para la experimentación, así como para la expresión de la
voluntad de los ciudadanos. Por supuesto, los "nuevos" tal vez no sean
mejores y hasta podrían ser peores -quizá significativamente peores.
En
tercer lugar, la UE enfrenta, de una manera más severa, un problema que
afecta a gran parte del mundo desarrollado: fuerzas poderosas que
operan más allá del control de las autoridades electas están forjando
las vidas de los ciudadanos, haciéndolos sentirse impotentes. Pero si
bien todos los países deben lidiar con los desafíos de la globalización y
el cambio tecnológico, elementos importantes de la gobernancia en la UE
están más allá del alcance de las instituciones democráticas, al menos
aquellas que la gente entiende y con las que se relaciona.
Esto
no quiere decir que la gobernancia local esté libre de problemas. No lo
está. La corrupción, los intereses especiales y la simple incompetencia
son problemas comunes. Pero la gobernancia democrática es en principio
reparable, y las defensas y contramedidas institucionales en verdad
existen.
La
situación en la eurozona es particularmente inestable, debido al
creciente alejamiento de los ciudadanos de una elite distante y
tecnócrata; la ausencia de mecanismos de ajuste económico convencionales
(tipos de cambio, inflación, inversión pública y demás); y las
restricciones ajustadas para las transferencias fiscales, que envían
señales poderosas respecto de los límites reales de la cohesión.
El
Brexit es una parte de este drama mayor. Tiene que ver esencialmente
con la gobernancia, no con la economía. Desde un punto de vista
estrictamente económico, los riesgos tanto para el Reino Unido como para
el resto de la UE están casi absolutamente a la baja. Pero si eso fuera
lo único que contara, el resultado sería una conclusión inevitable a
favor de quedarse.
La
verdadera cuestión -la autogobernancia efectiva e inclusiva- no es
fácil de enfrentar en ninguna parte, porque las fuerzas como la
disrupción tecnológica no respetan fronteras nacionales. En parte, los
británicos votan sobre si su capacidad para navegar en estas aguas
turbulentas mejora o se ve reducida si siguen siendo miembros de la UE.
Pero también está en juego una cuestión más fundamental de identidad
política -como sucedió en el referendo por la independencia de Escocia
en 2014.
Algunos
británicos (quizás inclusive una mayoría), y muchos otros ciudadanos de
la UE, siguen queriendo que las generaciones futuras se piensen a sí
mismas como europeas (aunque con un orgulloso origen británico, alemán o
español) y estén preparadas para intentar nuevamente una reforma de las
estructuras de gobernancia de Europa. Y hacen bien en pensar que el
mundo sería un lugar mucho mejor con una Europa unida y democrática como
una fuerza importante tanto para la estabilidad como para el cambio.
Esa
es mi esperanza, aunque puede parecer una expresión de deseo. Más allá
del resultado del referendo del Brexit (como muchos extranjeros, espero
que Gran Bretaña vote para quedarse y abogue por una reforma generada
desde adentro), el voto británico, junto con tendencias políticas
centrífugas fuertes y similares en otras partes, debería generar una
reconsideración importante de las estructuras de gobernancia y acuerdos
institucionales europeos. El objetivo debería ser restablecer una
sensación de control y responsabilidad ante los electorados.
Ese
sería un buen desenlace en el largo plazo. Exigiría un liderazgo
inspirado en todos los rincones de Europa -incluido el gobierno, las
empresas, la mano de obra organizada y la sociedad civil así como un
compromiso renovado con la integridad, la inclusión, la responsabilidad y
la generosidad-. Es un reto monumental; pero no un desafío imposible de
cumplir.
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