El triunfo de Pedro Pablo Kuczynski en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú ha sido una sorpresa y constituye una buena noticia para Perú.
El presidente electo y su ya designado futuro ministro de Hacienda, Alfredo Thorne, anunciaron que estimularán el crecimiento económico con rebajas tributarias y un programa de inversiones públicas que se concentrará inicialmente en los sectores de agua, saneamiento y salud. Ambas iniciativas son dignas de aplauso. Thorne propone bajar el IVA de 18% a 15%, lo que debiera estimular el consumo y dar impulso a la economía por el lado de la demanda. También dará a las empresas un alivio tributario por las utilidades que sean reinvertidas. Estas dos medidas no deberían impactar negativamente la recaudación tributaria, ya que la baja de impuestos disminuirá la evasión y atraerá al sector formal a empresas que hasta ahora operan en la informalidad. Todo esto es en teoría, claro: habrá que ver lo que dice la a veces tozuda realidad.



Gobernar con el Congreso en contra puede llegar a paralizar a un país cuando la polarización ideológica es extrema, como sucede hoy en Estados Unidos y como pudo comprobar Barack Obama con un Congreso que le negó la sal y el agua en su segundo período de gobierno. Perú, afortunadamente, no es Estados Unidos y tanto el presidente electo como la nueva líder de la oposición son sensatos, prácticos y respetuosos del juego democrático. Ambos tendrán que colaborar y poner los intereses de Perú antes que los propios. Y lo van a hacer.
Thorme también ha dicho que liberalizará el régimen laboral, dando a las empresas mayor holgura para despedir trabajadores y, por lo tanto, para contratarlos.
La única medida anunciada por Kuczynski que ha causado revuelo es que piensa gobernar con un déficit fiscal de hasta 3% del PIB, argumentando que la deuda pública peruana es baja  y la calificación de crédito del país es alta, por lo que financiar un déficit de ese nivel sería relativamente fácil. No todos están de acuerdo.
La verdad es que, aparte de pequeños detalles, no habrá sorpresas en la política económica peruana. No las habrá con Kuczynski ni tampoco las habría habido con Keiko Fujimori. Las dos candidaturas que fueron a la segunda vuelta proponían continuar la política económica de mercado que comenzó en los años 90 durante el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000). El padre de Keiko, sin embargo, no le tenía respeto a la democracia. Cuando vio que sus reformas liberales no serían aprobadas en el Congreso, recurrió a un autogolpe, disolvió el Parlamento e impuso sus reformas por la fuerza. En rápida sucesión, Fujimori puso fin al control de precios, derribó las barreras a las importaciones, eliminó las restricciones a la inversión extranjera directa y privatizó la mayoría de las empresas estatales. Eso sentó las bases del actual modelo económico peruano, que ningún gobierno posterior ha querido cambiar, a pesar de su origen ilegítimo. Para qué cambiar, si había suficiente evidencia de que la apertura había sido buena.
Perú fue el país sudamericano de más alto crecimiento en la década 2001-2010, con un promedio de 4% anual. En los últimos dos años, en plena crisis regional por la baja en los precios de los commodities, el crecimiento bajó a un nada despreciable de 2,8% anual. Si Fujimori padre se hubiera conformado con liberalizar la economía por la fuerza, el recuerdo de su gobierno no habría sido ingrato. Pero se vio envuelto en escándalos de corrupción y atentados a los derechos humanos en los últimos años de su gobierno. Hoy cumple una condena de 25 años de cárcel.
Kuczynski trató de revivir el fantasma de ese padre autoritario y corrupto al enfrentar a Keiko Fujimori, diciendo que si ella ganaba volverían las malas prácticas. Y llegó a acusar de narcotraficantes a varios dirigentes de Fuerza Popular, el partido de la candidata. Pero Keiko no es su padre e hizo lo posible por distanciarse de él. La democracia peruana se ha fortalecido en los últimos 15 años. Keiko supera en encanto personal y en talento político tanto a su padre como al presidente electo e hizo una excelente y agotadora campaña, visitando todos los rincones del país. En la primera vuelta presidencial, en abril, obtuvo el 41% de los votos, mientras Kuczynski, que llegó segundo, apenas alcanzó al 21%.
Jugaba en contra de Kuczynski no sólo su casi inexistente talento político y sus discursos que no entusiasmaban ni a sus seguidores, sino también la edad: tiene 77 años y Keiko 41. Tampoco lo ayuda el hecho de pertenecer a la minoritaria aristocracia blanca que tradicionalmente ha mirado en menos a los indígenas y a los mestizos -los cholos- que constituyen la inmensa mayoría de la población. Y más encima parece medio extranjero. Parte importante de su vida adulta la ha pasado en Estados Unidos, trabajando en organismos internacionales y haciendo negocios como banquero.
En las elecciones parlamentarias que se realizaron junto con la primera vuelta presidencial, Fuerza Popular, el partido de Keiko, consiguió mayoría absoluta al ganar 73 escaños de un total de 130. El partido de Kuczynski, Peruanos por el Kambio, logró elegir apenas 18 parlamentarios. Keiko fue favorita durante toda la campaña y ganó en casi todas las encuestas de intención de voto, aunque su ventaja se fue estrechando a medida que se acercaba la segunda vuelta. La balanza se inclinó finalmente en su contra por dos hechos casi fortuitos que se sucedieron semanas antes de que los peruanos volvieran a las urnas.
Uno fue que la candidata de izquierda Verónika Mendoza, quien había salido tercera en la primera vuelta, decidió apoyar sorpresivamente a Kuczynski. Casi al mismo tiempo se reveló que el secretario general del partido de Keiko, Joaquín Ramírez, estaba siendo investigado por la DEA, la agencia de control de drogas del gobierno estadounidense. Eso pareció dar la razón a Kuczynski cuando decía que la corrupción volvería a apoderarse de Perú si otro Fujimori llegaba a la presidencia.
Kuczynski ganó por tan poco -40.000 votos en un total de 18 millones- que hubo cinco días de suspenso antes de declararlo presidente electo. Al conceder el triunfo a su oponente, Keiko Fujimori recordó a los peruanos que su partido tiene mayoría absoluta en el Congreso y que liderará la oposición.
El mensaje le llegó claro al presidente electo: tendrá que gobernar con apoyo de Keiko Fujimori si quiere poner en marcha cualquier medida que requiera trámite legislativo. Y al mismo tiempo, tendrá que escuchar las demandas de la candidata izquierdista que le dio los votos del sur del país que, en definitiva, le dieron la victoria.
Gobernar con el Congreso en contra puede llegar a paralizar a un país cuando la polarización ideológica es extrema, como sucede hoy en Estados Unidos y como pudo comprobar Barack Obama con un Congreso que le negó la sal y el agua en su segundo período de gobierno. Perú, afortunadamente, no es Estados Unidos y tanto el presidente electo como la nueva líder de la oposición son sensatos, prácticos y respetuosos del juego democrático. Ambos tendrán que colaborar y poner los intereses de Perú antes que los propios. Y lo van a hacer.
Pedro Pablo Kuczynski tiene cinco años por delante para hacer el buen gobierno que debería ser capaz de hacer. Y debe ser uno de los más sorprendidos con el triunfo. En febrero, dos meses antes de la primera vuelta, tenía el 9% de la intención de voto e iba de bajada.