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Sunday, November 13, 2016

¿Una presidencia a prueba de tiranos?

¿Una presidencia a prueba de tiranos?

Gabriela Calderón de Burgos considera que la llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. no fuera tan preocupante si sus antecesores no hubiesen acumulado tanto poder en ella como lo hicieron.

Gabriela Calderón de Burgos
 
es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
Imagínese que la persona de peor carácter que usted conoce llega a la presidencia y considera que constituye un verdadero peligro para su familia, para la nación y, si fuera estadounidense, para el mundo. ¿No le parece que tendría sentido limitar el poder del ejecutivo y del gobierno para reducir el espacio que esa persona tendría para hacer daño? Esto que solía ser una mera suposición, es ahora una realidad para muchos en EE.UU. Donald Trump, el presidente-electo llegará a una Casa Blanca mucho más poderosa que la que contemplaron en su Constitución los Padres Fundadores.


Jeffrey Tucker de la Foundation for Economic Education recuerda cuando la presidencia de EE.UU. tenía poderes tan limitados que incluso cuando llegaban personajes de talante autoritario, como Rutherford B. Hayes (1877-1881), poco daño lograban hacer. Pasaban desapercibidos y por eso casi nadie los recuerda. Sin embargo, ese periodo de presidencias con poder limitado a fines de los 1800s fue cuando EE.UU. se convirtió en una potencia mundial.
Luego de este saludable período de expansión y progreso de la economía estadounidense, vinieron varios presidentes que concentraron más poder y a quienes se les atribuye la creación de la “presidencia imperial”. Entre estos se encuentran Theodore Roosevelt (TR), Woodrow WilsonFranklin Delano Roosevelt (FDR), Harry Truman y Lyndon B. Johnson. TR inició la tradición de gobernar a través de decretos ejecutivos: mientras que antes de su gobierno todos los presidentes sumados habían emitido 158 de estos, durante sus dos administraciones él emitió 1.006. Truman extendió los poderes del ejecutivo para hacer guerra al igual que Johnson. FDR autorizó en 1942 la reclusión masiva de más de 110.000 americanos-japoneses inocentes en campos de concentración mediante el famoso decreto ejecutivo 9066.
Afortunadamente, el sistema diseñado por James MadisonThomas JeffersonAlexander Hamilton, John Adams, por solo mencionar a algunos de los Padres Fundadores, ha demostrado ser resistente a distintos personajes con sed de poder. A pesar de la expansión del poder ejecutivo a principios del siglo XX, la independencia de poderes sigue vigente en ese país y tanto la presión popular como el poder judicial han logrado en distintos momentos limitar al ejecutivo.
La llegada de Trump a la presidencia no fuera tan preocupante si George W. Bush y Barack Obama no hubiesen acumulado tanto poder en esa posición como lo han hecho. Mi colega Gene Healy, autor de El culto a la presidencia (2006), señala que “Ambos presidentes estiraron la Autorización para el Uso de Fuerza Militar de 2001 hasta convertirla en una delegación integral de los poderes de guerra del congreso, poderes suficientemente amplios como para autorizar una guerra indefinida a escala global”. Healy agrega que la “miopía partidista” no permitió a muchos ver los peligros de concentrar ese calibre de poder en la presidencia, mientras quien ocupaba el sillón en la Casa Blanca era de su partido.
Ojalá la presidencia de los EE.UU. demuestre, una vez más, ser a prueba de potenciales tiranos. Para que aplique este análisis al Ecuador, considere que el poder concentrado en Carondelet es muchísimo mayor (dentro de su país) que aquel que tiene la presidencia de los EE.UU., ya que aquí prácticamente no existe la separación de poderes.

¿Una presidencia a prueba de tiranos?

¿Una presidencia a prueba de tiranos?

Gabriela Calderón de Burgos considera que la llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. no fuera tan preocupante si sus antecesores no hubiesen acumulado tanto poder en ella como lo hicieron.

Gabriela Calderón de Burgos
 
es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
Imagínese que la persona de peor carácter que usted conoce llega a la presidencia y considera que constituye un verdadero peligro para su familia, para la nación y, si fuera estadounidense, para el mundo. ¿No le parece que tendría sentido limitar el poder del ejecutivo y del gobierno para reducir el espacio que esa persona tendría para hacer daño? Esto que solía ser una mera suposición, es ahora una realidad para muchos en EE.UU. Donald Trump, el presidente-electo llegará a una Casa Blanca mucho más poderosa que la que contemplaron en su Constitución los Padres Fundadores.

Thursday, September 22, 2016

A un latido de la Presidencia

Por Álvaro Vargas Llosa

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El desmayo -o algo muy parecido- que sufrió Hillary Clinton tras abandonar un acto conmemorativo de la tragedia de las Torres Gemelas el 11 de septiembre en Nueva York ha avivado un interesante debate.
El debate al que me refiero no tiene que ver con el verdadero estado de salud de Hillary Clinton, que es materia de conjeturas desde hace mucho tiempo y que, dada la preocupación poco menos que universal ante la posibilidad de que ella sea derrotada, es ciertamente un asunto de alta política. Pero ya que a estas alturas es imposible saber con exactitud quién dice la verdad -si sus médicos y ella misma, que aseguran que fue una deshidratación en un organismo debilitado por la neumonía, o sus feroces críticos, que aseguran que hay recurrentes síntomas de lesión cerebral-, conviene más ocuparse del debate de fondo. Y en ese debate decisivo no importa tanto quién está enfermo, sino quién miente sobre si lo está y cuánto dice eso sobre la personalidad de la (o el) aspirante.

 
Hillary Clinton y Donald Trump, secundados por sus médicos, afirman que están en perfectas condiciones de ejercer la Presidencia. Ella, a sus 68 años, tiene una neumonía y toma pastillas para la tiroides, mientras que él, a sus 70, ingiere medicamentos para controlar el colesterol y hace poco ejercicio. Hasta aquí, todo bien. ¿Todo bien? No exactamente porque la salud es parte del asunto más amplio de la credibilidad. Y la materia esencial de una campaña es eso, la credibilidad. La tarea de los candidatos es hacer que les crean, la de sus oponentes es hacer que no les crean, y la de la prensa, partir del supuesto de que no son creíbles hasta que demuestren que lo son.
Sólo así se entiende que la salud de Hillary Clinton haya sido un tema soterrado pero persistente durante toda la campaña y, desde el episodio de Nueva York, saltara a las primeras páginas. Pero, atención, no todos los temas de una campaña relacionados con la credibilidad de un candidato tienen la misma importancia. En Estados Unidos -a diferencia, por ejemplo, de América Latina-, entre los asuntos de que se compone la batalla por la credibilidad está en primerísimo lugar la salud. Igual que ocurre con el adulterio, lo importante no es lo que hay sino lo que se dice sobre lo que hay. Por eso se describe siempre a los candidatos a vicepresidentes como personas que estarán “a un latido de la Presidencia” y se le da tanta importancia a su nominación (luego se olvidan de ellos). Por eso, también, los médicos son una presencia permanente en los programas de televisión y de radio, o en las columnas de los periódicos.
¿Debería sorprendernos esto? No: se trata de Estados Unidos, después de todo. Una crisis de liderazgo producto de un grave asunto de salud o de la muerte de un presidente tiene consecuencias políticas, económicas y podríamos decir que psicológicas para el mundo entero. Esto, a pesar de que la Constitución tiene perfectamente previsto lo que debe ocurrir en caso de morir el jefe del Estado (es un país que ha pasado ya por esa traumática experiencia).
Aun así, la salud convertida en materia electoral, es decir, en un factor importante de la lucha por la credibilidad, implica dos cosas. Una: que los candidatos procuran decir poco, o en todo caso menos de lo que convendría en circunstancias normales. Dos: que a los críticos y a los escépticos les interesa inmiscuirse más de lo que un cierto sentido del pudor y la privacidad aconsejan.
El caso de Hillary es emblemático. Siempre ha sido cicatera con la información sobre su salud, en parte por pudor y en parte porque, política que es al fin y al cabo, sabe bien a qué se presta contarlo todo. Por ejemplo, ella tuvo un coágulo en la pierna en 1998, año en que finalizó el gobierno de su marido, pero lo mantuvo oculto hasta 2003, cuando publicó sus memorias (en ellas hizo una referencia muy pasajera). Sabía ya que sería pronto candidata al Senado y que era mejor evitar excesivas conjeturas.
Volvió en 2009 a aparecerle un coágulo provocado por una trombosis, del que se supo bastante después y del que no se dio explicación. En 2012, siendo secretaria de Estado, sufrió un desmayo en su casa que le provocó una conmoción cerebral. Fue hospitalizada y los médicos le dieron pastillas para diluir la sangre por la formación de un coágulo cerebral. La jefa de la diplomacia desapareció durante algunas semanas y la información salió por cuentagotas. Sólo dos años después se supo, por unas declaraciones de su marido, que el coágulo tardó seis meses en desaparecer.
Estos antecedentes son los que dieron a sus críticos armas en los meses recientes para interpretar algunos episodios de aparente debilitamiento físico como síntomas de algún asunto cerebral no revelado (unas fotografías tomadas a distancia la muestran siendo llevada en brazos por agentes de seguridad mientras intenta subir unas escaleras, por ejemplo; también ha tenido accesos de tos muy prolongados varias veces). La prensa principal ha sido muy cuidadosa en el tratamiento de esta información, por lo general ignorando las “teorías conspirativas” de los medios conservadores más radicales, situados en una cierta marginalidad respecto del gran debate político a pesar de contar con muchos lectores (por ejemplo, drudgeport.com, que se precia de tener muchos millones de seguidores). Pero lo sucedido este 11 de septiembre cambió todo.
El incidente en el que ella es arrastrada hacia el interior de su vehículo porque está a punto de desplomarse fue captado por un transeúnte pero de inmediato saltó a la gran prensa y se volvió manzana de la discordia, precipitando también, por cierto, un cuestionamiento a la falta de transparencia de Donald Trump: el candidato republicano hasta entonces no había hecho pública la información sobre su estado de salud. Trump tuvo que develar el informe de su médico respecto de su chequeo más reciente; ella, mientras tanto, desde su reposo, tuvo que hacer que su médico también diera a la publicidad detalles de su condición física.
Estados Unidos -y en parte, el mundo- pasaron a ocuparse con minucioso detalle de los órganos biológicos de los dos aspirantes a la Presidencia norteamericana. Pero insisto: el verdadero debate no era el que parecía -es decir si alguno de ellos está en peligro de muerte en caso de llegar a la Presidencia- sino el que realmente determina una elección en Estados Unidos: ¿Se les puede creer? En este terreno, ambos candidatos cuentan con poderosas desventajas. Si algo define esta campaña es la falta de credibilidad que tienen los dos candidatos para un amplio sector del público. Puede parecer raro que Hillary Clinton despierte sospechas comparables a las de Trump, pero es un hecho y así lo demuestran todos los sondeos, que ahora registran, otra vez, un empate. Un empate y… una imagen mayoritariamente negativa en ambos casos.
Quizá una razón por la cual el debate de la salud, que es el debate de la credibilidad, haya cobrado importancia en décadas recientes tenga que ver con lo mucho que mintieron los candidatos y presidentes en el pasado acerca de su condición física.
Una larga lista de ilustres embusteros recorre la historia republicana de Estados Unidos, desde los Padres Fundadores hasta hoy. Un caso notable del siglo XIX fue el de Grover Cleveland (de quien los liberales siempre dicen que fue uno de los mejores presidentes por lo poco que hizo, es decir, lo poco que intervino). Cleveland se hizo operar secretamente de un carcinoma en la boca en un yate en el río Hudson. Mintió diciendo que estaba pescando. La verdad se supo 15 años después de su muerte.
F.D. Roosevelt estuvo muy enfermo los últimos años de su Presidencia, pero la complicidad de la prensa que lo rodeaba le permitió ocultárselo al país. Sufría de polio y andaba en silla de ruedas, pero sólo lo fotografiaban de la cintura para arriba y de tal forma que la silla no se notara. Cuentan los historiadores que Churchill y Stalin creyeron que se les moriría durante la cumbre que sostuvieron en Teherán en 1943 por lo mal que lo vieron. Murió de un infarto cerebral masivo en 1945.
La verdad sobre la salud de John F. Kennedy no se supo hasta que la contó Robert Dallek en 2003. Asombra que un hombre que sufría de colitis, úlcera duodenal, osteoporosis y la enfermedad de Addison, y que desde mediados de los 50 padecía agudos dolores de espalda por el colapso lumbar, pudiera labrarse la imagen de un hombre feliz al que le daba el sol en la cara. Se pasó su corta Presidencia tomando barbitúricos, tranquilizantes y esteroides.
Sobre Ronald Reagan hay una discusión no cerrada: algunos sostienen que ya durante su segundo período surgieron síntomas tempranos del alzheimer que le diagnosticarían en 1999. Su hijo Ron -fruto de su relación con Nancy- siempre sostuvo que ya había síntomas serios de demencia senil (Reagan llegó a la Presidencia con 69 años) desde el debate con Walter Mondale, en plena campaña por la reelección, noche en la que su rendimiento errático suscitó conjeturas sobre su salud. Michael, el hijo adoptivo de Reagan con su primera mujer, nunca ha aceptado esta hipótesis y sostiene que la enfermedad se manifestó después de que él dejara la Casa Blanca.
Cuando John McCain compitió con Barack Obama en 2008, la salud fue un gran asunto de campaña (no sólo por la edad del senador sino porque había sido torturado durante sus años como presidiario en Vietnam y siempre se había dicho que la experiencia le dejó lesiones irreparables). Trató de poner punto final a esa discusión haciendo públicas 1.173 páginas de historia médica. No lo logró del todo.
En esta campaña, a menos que Hillary vuelva a tener un episodio de pérdida del equilibrio, desmayo o tos incontrolable, probablemente no se debatirá mucho más, de forma directa, el asunto de la salud de la exsecretaria de Estado y el empresario Donald Trump. Pero una y otra campaña buscarán maneras de que este episodio afecte la credibilidad del contrario. La de Trump querrá que la gente confirme su percepción acerca de una Hillary que alberga en la oscuridad de su conducta secretos propios de alguien a quien no se le puede creer nada. Y ella y los suyos pretenderán exactamente lo contrario: que el país perciba en los intentos de Trump por cuestionar la salud de la aspirante a la Casa Blanca alguien al que no se le puede creer lo que inventa sobre sus rivales para tratar de llegar al poder a cualquier precio.
Eso sí, el día del primer debate presidencial, el 26 de septiembre, no habrá un asesor, periodista o televidente que no esté obsesivamente pendiente de si a Hillary se le cierra un párpado, le tiembla una mano, le sopla un bronquio, le da mucha sed o se le olvida un nombre. Y, desde luego, a partir de ahora aumentará exponencialmente el interés por todo lo que hagan o digan los señores Tim Kaine y Mike Pence, uno de los cuales estará a un latido de la Presidencia a partir de enero.

A un latido de la Presidencia

Por Álvaro Vargas Llosa

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El desmayo -o algo muy parecido- que sufrió Hillary Clinton tras abandonar un acto conmemorativo de la tragedia de las Torres Gemelas el 11 de septiembre en Nueva York ha avivado un interesante debate.
El debate al que me refiero no tiene que ver con el verdadero estado de salud de Hillary Clinton, que es materia de conjeturas desde hace mucho tiempo y que, dada la preocupación poco menos que universal ante la posibilidad de que ella sea derrotada, es ciertamente un asunto de alta política. Pero ya que a estas alturas es imposible saber con exactitud quién dice la verdad -si sus médicos y ella misma, que aseguran que fue una deshidratación en un organismo debilitado por la neumonía, o sus feroces críticos, que aseguran que hay recurrentes síntomas de lesión cerebral-, conviene más ocuparse del debate de fondo. Y en ese debate decisivo no importa tanto quién está enfermo, sino quién miente sobre si lo está y cuánto dice eso sobre la personalidad de la (o el) aspirante.

Wednesday, July 20, 2016

EU de Trump

Brújula

Ana Paula Ordorica
 

EU de Trump

No estoy acostumbrada a ver a un Estados Unidos pesimista y enojado. ¿Qué es lo que ha generado esta división tan tajante?

CLEVELAND.– Arranca la Convención Nacional Republicana en medio de una ciudad preocupada por la seguridad. Los recientes ataques a agentes de la policía en Dallas y en Baton Rouge pueden repetirse en esta ciudad, que debería estar en ánimo de fiesta para el candidato del Grand Old Party, del Partido Republicano.
Usualmente las convenciones están rodeadas de optimismo y de delegados dispuestos a todo para que el candidato de su partido sea el ganador en la elección de noviembre. Pero qué contraste en esta ocasión. En lugar del optimismo de “Es de mañana en América” (eslogan de la campaña de Reagan) y “Sí podemos” (eslogan de Obama), el eslogan de Donald Trump contrasta por la furia y el pesimismo: “Hacer América grande DE NUEVO”.



No estoy acostumbrada a ver a un Estados Unidos pesimista y enojado. ¿Qué es lo que ha generado esta división tan tajante? En lugar de un Estados Unidos, parece que llego a dos países en donde hay ciudadanos de derecha y ciudadanos de izquierda que refuerzan sus posturas extremistas en los medios que leen, que ven; en las redes sociales que utilizan; en las amistades que frecuentan y en los políticos que escuchan.
Esta semana tocará el turno a Donald Trump. Al magnate experto en traer cualquier tema a la mesa —entre más políticamente incorrecto, mejor— con la consigna de que “hay quien dice que...”.
Un experto en el manejo de audiencias, Trump promete que la Convención de Cleveland será todo un show en donde quedará claro que él es quien puede regresar a este país su grandeza perdida. Algo muy al estilo de lo que Putin le vende a los rusos; Chávez y Maduro a los venezolanos e incluso Erdogan a los turcos.
El escenario de la Convención es la Quicken Loans Arena, casa de los campeones de la NBA, los Cleveland Cavaliers. Se ha trabajado para dejarlo impresionante en términos visuales, con una megapantalla de mil 711 pies cuadrados y 647 luces movibles que buscarán sorprender a los presentes y a quienes vean la convención por televisión.
El problema ha sido buscar a quien pueda pararse al frente de ese magnífico escenario. Las élites del partido han decidido no asistir en reclamo con la candidatura de Trump. No estarán los expresidentes republicanos vivos ni las figuras más respetadas del partido en lo que representa una característica nunca antes vista para este evento tan importante del partido.
Y es que para Mitt Romney, John McCain, George Bush, padre e hijo, Jeb Bush, Marco Rubio y tantos otros que no han querido acudir a Cleveland, es evidente que Estados Unidos no está lo mal que lo pinta Trump y que su discurso antitodo, racista, misógino y poco informado está lejos de hacer de la Unión Americana un mejor país. Bueno, ni siquiera el gobernador de Ohio y exrival de Trump en la primaria, John Kasich, acudirá a la Convención, aunque sea en su estado.
La plana de oradores se había prometido para el 7 de julio y apenas al momento de escribir esta columna es que se puede acceder a quienes hablarán. El turno estelar, el primer día, será para la esposa de Trump, Melania, en un día complicado, ya que los anti-Trump tienen sólo las horas previas a su discurso para empujar cambios en las reglas del partido que, entre otras cosas, permitan a los delegados votar libremente y no forzosamente por Trump.
Esto puede explicar por qué entre los oradores principales esté una mujer empresaria, Michelle Van Etten, que vende en plan piramidal un sistema nutricional de dudosa confianza, que pocos conocen y que es anunciada como una “pequeña” empresaria que emplea a 100 mil personas —más que Apple en todo EU. Ella tendrá un slot principal el próximo miércoles entre los oradores.
Así que Cleveland 2016 arranca con ánimo pesimista, violento, negativo y muy custodiado. Veremos qué nos depara a lo largo de esta semana.

EU de Trump

Brújula

Ana Paula Ordorica
 

EU de Trump

No estoy acostumbrada a ver a un Estados Unidos pesimista y enojado. ¿Qué es lo que ha generado esta división tan tajante?

CLEVELAND.– Arranca la Convención Nacional Republicana en medio de una ciudad preocupada por la seguridad. Los recientes ataques a agentes de la policía en Dallas y en Baton Rouge pueden repetirse en esta ciudad, que debería estar en ánimo de fiesta para el candidato del Grand Old Party, del Partido Republicano.
Usualmente las convenciones están rodeadas de optimismo y de delegados dispuestos a todo para que el candidato de su partido sea el ganador en la elección de noviembre. Pero qué contraste en esta ocasión. En lugar del optimismo de “Es de mañana en América” (eslogan de la campaña de Reagan) y “Sí podemos” (eslogan de Obama), el eslogan de Donald Trump contrasta por la furia y el pesimismo: “Hacer América grande DE NUEVO”.


Eligen oficialmente a Trump como candidato republicano a la presidencia

En la votación celebrada durante la convención, el magnate logró superar los mil 237 votos de los delegados

  EFE / Foto: Reuters
Con este trámite, Donald Trump se convierte en el nominado oficial del Partido Republicano y sólo resta que acepte la candidatura el jueves.
CLEVELAND.
Donald Trump fue elegido oficialmente candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos para las elecciones de noviembre, durante la Convención Nacional de su partido en Cleveland, Ohio.
Los votos de Nueva York dieron a Trump la cifra de delegados necesaria para la nominación durante la Convención Nacional Republicana.
En la votación celebrada durante la convención Trump, que no estuvo presente y debe aceptar la candidatura, logró superar los mil 237 votos de los delegados, el mínimo necesario para oficializar la nominación.



El hijo de Trump, Donald Jr., acompañado de su hermana Ivanka y su hermano Eric, leyó la designación de delegados del estado de Nueva York con el que se superó el umbral necesario para formalizar la nominación.
Es un honor increíble haber sido parte de este viaje", aseguró Donald Jr. en el plenario del estadio Quicken Loans.
"Esto ya no es una campaña, es un movimiento", remarcó el hijo de Trump al otorgar 89 delegados de 95 a su padre.
Con este trámite, Donald Trump se convierte en el nominado oficial del Partido Republicano y sólo resta que acepte la candidatura el jueves en su discurso de cierre del cónclave que comenzó este lunes.
Las votaciones, estado por estado, no dieron pie a protestas significativas como las vividas el lunes entre delegados que se oponían a la candidatura de Trump y exigían un cambio de las normas que rigen el proceso.
El senador Jeff Sessions presentó hoy, al inicio de la sesión, a Donald Trump como única nominación que se sometería a votación.
Los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, ambos de origen cubano, obtuvieron un número marginal de delegados en aquellos estados en los que las normas permitían votar por nominados ausentes del procedimiento.

Eligen oficialmente a Trump como candidato republicano a la presidencia

En la votación celebrada durante la convención, el magnate logró superar los mil 237 votos de los delegados

  EFE / Foto: Reuters
Con este trámite, Donald Trump se convierte en el nominado oficial del Partido Republicano y sólo resta que acepte la candidatura el jueves.
CLEVELAND.
Donald Trump fue elegido oficialmente candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos para las elecciones de noviembre, durante la Convención Nacional de su partido en Cleveland, Ohio.
Los votos de Nueva York dieron a Trump la cifra de delegados necesaria para la nominación durante la Convención Nacional Republicana.
En la votación celebrada durante la convención Trump, que no estuvo presente y debe aceptar la candidatura, logró superar los mil 237 votos de los delegados, el mínimo necesario para oficializar la nominación.