Sunday, December 18, 2016

Renace la política industrial

Aquelarre Económico

 José Manuel Suárez Mier
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Una de las más peligrosas manifestaciones del populismo que asuela a cada vez más países es la resurrección de la llamada “política industrial” mediante la cual los gobiernos utilizan subsidios, mandatos, regulación e inversión de capital para elegir sectores y hasta empresas específicas de carácter “estratégico” que hay que “salvar.”

De hecho, esta tendencia a restaurar la interferencia del gobierno en los mercados de países avanzados, aun en los que mejor habían resistido este canto de la sirena intervencionista, Estados Unidos y el Reino Unido, empezó desde el inicio de la crisis de 2008, la subsecuente Gran Recesión y el mediocre crecimiento que la siguió.




La política industrial de Barack Obama fue un diluvio de nuevas regulaciones, 600 de ellas de gran calado, que se estima costaron 700 mil millones de dólares en sus ocho años de gobierno, sobre todo en los sectores financiero, ecológico, laboral y de cobertura médica, pero también subsidió empresas “verdes” con enormes pérdidas.

Donald Trump promete deshacer muchas de estos ordenamientos y ofrece a cambio una errática pero nervuda intervención personal, como las recientes con Carrier, Ford y Boeing a las que regañó por enviar trabajos a México o porque el nuevo avión presidencial era muy caro. Si a ello se agregan sus aullidos proteccionistas y su intención de alentar la re-industrialización nacional, los costos podrían ser altísimos.

En una paradójica puesta en escena de la relación entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher pero al revés, Trump aplaudió Brexit y las prácticas estatistas, incluida la reinstalación de una intrusiva política industrial, anunciada por Theresa May, la nueva Primer Ministro del Reino Unido.

En este absurdo regreso a un pasado que fracasó, May pretende no sólo apoyar a empresas que se ven en peligro de extinción al cerrárseles el acceso automático y sin aranceles a sus productos en la UE, sino que intentará reindustrializar las áreas deprimidas de su país, lo que sirvió de ejemplo a Trump para hacer lo mismo en el “cordón oxidado,” en el centro de EU que concentró hace tiempo su poder industrial.

El principal problema con las bien intencionadas políticas industriales es que casi siempre traen pésimos resultados pues los burócratas encargados de aplicarlas carecen de la información y sabiduría con las que operan los mercados e ignoran como incorporar al status quo un avance tecnológico continuo e imparable.

Rechazar políticas industriales como las que pretenden aplicar May y Trump o como las que llevaron a México a la quiebra al producir un aparato productivo contrahecho e incapaz de competir, no quiere decir que el gobierno no tenga nada que hacer para apoyar efectivamente un crecimiento equilibrado y acelerado.

La clave está no en regresar a poner plantas industriales como las que cerraron sino en generar los incentivos para que se invierta en nuevas tecnologías, lo que demanda una fuerza de trabajo dotada de habilidades que hoy no están generando los países en número y calidad suficientes. Debe apoyar también la investigación aplicada.

Y no hay que olvidar que acciones de política industrial o comercial que otras naciones perciban como dañinas a sus intereses o violatorias de las reglas del juego con las que ha venido operando la relación económica entre países, va a generar respuestas equivalentes o inclusive represalias.

La respuesta de China al bombardeo de tuits que Trump le espetó en días pasados reiterando insultos y amenazas a esa nación, no se hizo esperar: anunció anteayer que estaba estudiando sancionar a empresas automotrices de EU en China por prácticas monopólicas de fijación de precios. El valor de la acción de GM se desplomó 2.2% y la de Ford cayó 1%.

¡La Ley del Talión en el siglo XXI!



[1] El autor es consultor en economía y finanzas en Washington DC, y ha sido catedrático en minusválido
 universidades de México y Estados Unidos. Correo: aquelarre.economico@gmail.com

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