Sunday, December 4, 2016

El planeta de los simios




“NOS ENCONTRAMOS TODOS EN UN TEATRO FRÍO, OSCURO Y REPLETO DE ESPECTADORES QUE, SIN PAGAR BOLETO, TEMBLOROSOS Y PARALIZADOS POR EL MIEDO, VEMOS CÓMO LENTAMENTE SE ABRE EL TELÓN DEL FUTURO.”

RICARDO VALENZUELA
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Creo que todas las generaciones que nos han precedido en la historia  de la humanidad, en cierto momento de su peregrinar han pensado, como lo hacemos nosotros hoy día, el mundo no tiene forma de circular con lógica y nos envolvemos en una amenazante confusión que nos paraliza. Para poder entender esos crucigramas nacionales y mundiales, debemos hacer un lado esa lógica y la razón para armados con una nueva vestimenta de cinismo, proceder a su análisis y si tenemos suerte, tal vez llegaremos conclusiones razonablemente entendibles. ¿Para quien?



Pero si alguien realmente quiere conseguir las herramientas para zambullirse en esa aventura, es indispensable acudir a la sabiduría de una mujer que, en mi opinión, es la heredera universal de la filosofía objetivista  de la gran Ayn RandIliana Mercer, para encontrarnos con su primera afirmación: “Estatismo promotor del bien estar social, te presento a tu sucesor, el diabólico terrorismo. La humanidad tiene un nuevo COCO, la escoria de la sociedad representada por esos demasiado entupidos, flojos, resentidos o simplemente diabólicos para ser miembros productivos del paradigma dominante, y exigen su pan diario a base de violencia.”

Los mexicanos, como buenos aficionados siempre tras la barrera, en estos momentos nos disponemos a gozar de un espectáculo el cual, sin lugar a dudas, parece emanado de la nebulosa mente de un Federico Fellini el que ni aun utilizando los más expertos antropólogos portadores de sus grandes lupas, llegaremos a entenderlo y mucho menos, decidir qué hacer. Nos encontramos todos en un teatro frío, oscuro y repleto de espectadores que, sin pagar boleto, temblorosos y paralizados por el miedo, vemos cómo lentamente se abre el telón del futuro.

En el primer acto, aparece algo que se asemeja a un rostro humano tan abotagado que sugiere se ha corrido una parranda de varios días, se adorna con unos pequeños ojos semicerrados que nos recuerda un furioso puerco esperando su nixtamal, e irrumpe gritando: “Yo soy como el espinillo que crece en el campo al lado, si pasas te doy aroma, si me tocas te has espinado. No se meta conmigo caballero, porque sale ESPINAOO.” Procede luego a expulsar toda clase de insultos a México y a su presidente. ¿Motivo? No estar de acuerdo con sus bolivarianas ideas. La comunidad mundial calla.

Segundo acto. Emerge un hombre alto y de tez muy morena que no esconde su mestizaje, dentadura impecable—de seguro obra de uno de los dentistas mas prestigiados de Beverly Hills— que no deja de exhibir con una amplia sonrisa algo forzada, porta un impecable traje que casi grita; me llamo Oscar de la Renta, amplía su sonrisa y procede luego, archivando su vergüenza y dignidad, a levantar el brazo victorioso de quien lo engañó, lo traicionó, y lo exhibiera como ladrón y cobarde. Pero no satisfecho con eso, procede a describir a su Némesis como el Jesucristo de la política.

Tercer acto. Al lado del ejemplar anterior, permanece erguido su verdugo esbozando una sonrisa diferente, la de aquellos personajes de la mafia después de lograr con éxito alguna de sus ejecuciones. Sonrisa de triunfo en una singular competencia: La búsqueda del hombre que pudiera representar lo peor de esa escoria humana. Alguien a quien le escurren las etiquetas de falso, mentiroso, traidor, corrupto, cruel…y ahí estaba el ganador, ese moderno híbrido de la revolución resultado de mezclar las más bajas pasiones humanas que dieran vida al Perro Mundo. Amplía aun más la sonrisa y con molesta voz cascada, amenaza a los mexicanos anunciando su victoria siguiente para regresarnos a lo que parece todos extrañamos: la inmundicia revolucionaria.

Emergen entonces los ex feroces gobernadores insurgentes que habían jurado morir en la batalla por la democracia, solo para besarle la mano y enseñar el material de su cobarde constitución. Pero uno de ellos no entrega su espada para exhibirlos a todos en la magnitud de su enanismo moral, y con orgullo lo digo, es el de mi estado, Sonora.

Cuarto acto. Un delincuente profesional, saboteador de bienes nacionales, fósil universitario, luego de que ilegalmente fuera electo a una posición de gran poder, después que todos sus colaboradores fueran exhibidos en toda la magnitud de su espantosa corrupción, ofendido grita compló y como premio a sus habilidades políticas—por supuesto reforzado con su impresionante curriculum—es ungido con la candidatura de su partido a la presidencia, cuando ofrece sus grandes proyectos: bajarse el sueldo, residir en Palacio Nacional, convertir las Islas Marías en nuestra Disneylandia, y lo mejor, abrazar la revolución bolivariana del simio mas impresionante de todos. El gran maestro del yo no fui presenta su figura, que no esconde resentimiento, en todos los foros nacionales prometiendo al igual que Churchill, sangre, dolor y lagrimas, pero aplicando una especial receta; la misma de sus antecesores.

La obra continua mientras lentamente se dibuja su entorno natural, un entorno en el cual todos gritan y lloran la gran pobreza de su pueblo, pero lo refuerzan de tal forma que, el que trabaja, produce, crea riqueza, debe primero pedir permiso y después, disculparse y argumentar el porqué de su gran pecado; el éxito lejos de los tentáculos de esa mafia. Un entorno en el que en lugar de castigar a los criminales, con gran piedad se busca la raíz de sus problemas, mientras el árbol se sigue secando. Un entorno que cada vez más promueve la descomposición de nuestro tejido social, y al igual que el presidente de Francia, dibuja a quienes tratan de destruir su país—los bárbaros callejeros intoxicados de Islam—como víctimas de un sistema que no redistribuye bien la riqueza entre quienes no la producen.

De vez en cuando la voz agónica de un Fénix que lentamente muere, evocando a esa juventud para que haga lo que él no hizo, pero solo para darle un manipuleo sin grandeza. Y en cuanto al hombre, al señor de la calle ¿Qué esperar de quienes nunca alcanzaron la grandeza de su alma solo conformes con lo poco atesorado? ¿Qué esperar de un ejidatario que no quiere la propiedad de su tierra? ¿Qué esperar de una juventud que toma por asalto sus escuelas exigiendo pase automático? ¿Qué esperar de esos partidos políticos con farsas como el Tucom?

Y como escribiera Eduardo Mallea: “Una monstruosa indiferencia nacional asesina a los mejores. Y el aire se respira es un vaho de inercia, orientado y prolijo como un gas en la ocupación de todos los huecos.” Ahora, la obra sólo necesita un cura para los santos oleos.

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