Tuesday, November 29, 2016

¿"Trumpieza" la globalización?

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¿"Trumpieza" la globalización?

Juan Andrés Fontaine: "El fantasma que estos días recorre el mundo es el populismo proteccionista que preconizan Donald Trump y sus similares europeos...".






























JUAN ANDRES FONTAINE
El fantasma que estos días recorre el mundo es el populismo proteccionista que preconizan Donald Trump y sus similares europeos.

Más allá de sus extravagancias, hay en su impensada victoria electoral -así como en el Brexit- un mensaje ingrato. La globalización -el imperio del libre comercio, el libre mercado y la prudencia macroeconómica sobre la faz de la tierra- ha generado enormes beneficios a las grandes masas. Se estima que mil millones de personas han superado la extrema pobreza en los últimos 25 años, especialmente con el surgimiento económico de China. En América, Chile encabeza la lista de los ganadores de la globalización. Las economías avanzadas también se han beneficiado, permitiendo a sus consumidores acceso a los prodigiosos iPhones y otras maravillas a bajo precio. 




Pero la competencia de los bienes importados -así como la inmigración- ha incubado un fuerte resentimiento en los bastiones de la antigua potencia industrial, hoy amagados o desplazados por la competencia internacional. En Estados Unidos, los salarios reales de amplios sectores de la población -cuyo voto es determinante- se han mantenido estancados por dos o tres décadas. Con anterioridad a la gran crisis financiera de 2008, las molestias fueron anestesiadas por la gran bonanza de consumo. Tras ella, las deudas han debido ser saldadas y los cinturones, ajustados. Ahora campea el descontento. Trump lo supo auscultar bien.

Pero erró en el diagnóstico. El ocaso industrial norteamericano no ha sido provocado por los tratados de libre comercio -los Nafta o los TPP-, ni por los burócratas que pululan por las organizaciones intergubernamentales. China o México -y también Chile- se volvieron formidablemente competitivos cuando abrazaron reformas promercado y libre comercio. Además, han sabido aprovechar la movilidad de capitales y el desarrollo tecnológico, en los que la nueva economía norteamericana -ya sea desde Wall Street o Silicon Valley- es campeona.

El remedio que propone -rescindir tratados, plantar aranceles aduaneros de hasta 45%- haría más daño que la supuesta enfermedad: encarecería necesarios insumos y productos importados, desataría una contraproducente ola de devaluaciones competitivas, propiciaría una guerra comercial, empobrecería al mundo y -nótese la paradoja- exacerbaría la inmigración hacia los países ricos. La solución es otra: el nuevo gobierno republicano debería procurar ganar competitividad, rebajando impuestos y regulaciones. Su programa lo contempla; Trump no es Reagan, eso sí.

Desgraciadamente, el cuidadoso sistema de contrapesos de la Constitución norteamericana no impide a un Mandatario osado imponer dañinas cortapisas al comercio exterior. Los lobbiesproteccionistas lo saben y seguro intentarán sacar partido de ello. Espero que no prosperen. Pero por ahora nuestras exportaciones de frutas, salmones y vinos estarán más expuestas. Hemos de prepararnos. 

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