Tuesday, November 8, 2016

El costo de la política cubana de Barack Obama

Por Mary Anastasia O'Grady

Hillary Clinton y Donald Trump están en un empate estadístico en Florida, donde los 29 votos electorales del estado serán decisivos en las elecciones presidenciales de Estados Unidos el martes. Una sorpresa para los demócratas es que la decisión del presidente Barack Obama en diciembre de 2014 de liberalizar la política estadounidense hacia Cuba no está ayudando a su candidata como lo esperaba la Casa Blanca. En lugar de eso, se ha vuelto un problema.
El presidente estadounidense y los demócratas apostaron en grande a la hipótesis de que el enfoque tradicional de línea dura para tratar con el régimen castrista, que impulsó la diáspora cubana de las décadas de los 60, 70 y 80, había pasado de moda. Una nueva generación de cubano-estadounidenses, ya sean nacidos en o recién llegados al país norteamericano, estaban a favor de tener vínculos económicos y políticos con el régimen.


Al promocionar la liberalización de los viajes a la isla como una oportunidad para que los inversionistas aprovecharan el cambio en Cuba, el gobierno de EE.UU. también esperaba despertar entusiasmo en Miami frente con su actitud más gentil y dócil hacia la dictadura militar comunista. Se suponía que la distensión de Obama frente a Cuba iba a ser un triunfo político.
Apenas 23 meses después, esa teoría está siendo sometida a prueba.
Los cubano-estadounidenses que inicialmente apoyaron la decisión de Obama están cada vez más desilusionados con una estrategia de gobierno que ayuda a los Castro pero excluye al pueblo cubano. Esto podría afectar la participación entre los votantes de centro izquierda a quienes les preocupan los derechos humanos.
La política de Obama parece también estar vigorizando a una mayor cantidad de cubano-estadounidenses conservadores e independientes a apoyar al candidato republicano. Un sondeo realizado de New York Times Upshot/Siena College dado a conocer el 30 de octubre tenía al empresario neoyorquino superando a Clinton 52% a 42% entre este grupo demográfico. Algunos lo interpretan como el resultado de un reciente esfuerzo de Trump en el sur de Florida de presentarse como el defensor de los exiliados cubanos. Pero es más probable que sea un alza del voto de protesta.
El embargo comercial de EE.UU., que data de 1962, fue convertido en ley en 1996. Levantarlo requiere la aprobación del Congreso. Pero Obama ha normalizado las relaciones con La Habana, un paso que apunta a legitimar un gobierno mafioso. El mandatario también usó una orden ejecutiva para liberalizar los viajes de estadounidenses a Cuba y le ha otorgado licencias a algunos hoteles de EE.UU. para que operen en la isla.
La explicación pública del gobierno de Obama para el cambio es que el acercamiento económico con Cuba acelerará la caída de la dictadura.
Una lectura menos benévola de las intenciones de Obama sugiere que el presidente mantiene simpatías ideológicas hacia la Revolución Cubana y que cree que los Castro trataran a los cubanos de forma humana solo si EE.UU. muestra tolerancia hacia el totalitarismo tropical.
Independientemente de la narrativa que usted prefiera, el presidente estadounidense hizo un muy mal cálculo, algo que incluso sus seguidores han notado.
La columnista cubana Fabiola Santiago, quien dijo que alguna vez apoyó la política de acercamiento del presidente con el fin de mejorar las vidas de los cubanos, captó la desilusión en una columna del 1 de julio en el Miami Herald. Santiago se mostró particularmente furiosa con la apertura del hotel Four Points Sheraton Havana que “le presta servicios a usted, viajero norteamericano, de la mano de las mismas personas que reprimen a los cubanos”.
La columnista explicó que la apertura de Obama fue promocionada como un camino que permitiría a las compañías estadounidenses formar empresas conjuntas con emprendedores cubanos. En lugar de ello, escribió en referencia a Starwood Hotels and Resorts Worldwide, la matriz de Sheraton, “el gigante hotelero estadounidense firmó un acuerdo con las fuerzas armadas cubanas, propietarias del hotel”. Como ella misma observa, eso no cambia nada: “Sólo estamos pasando de que los hermanos Castro se enriquezcan mediante un gobierno totalitario, a que las represoras fuerzas armadas hagan exactamente lo mismo”.
Santiago citó una opinión similar de Richard Blanco, el poeta cubano-estadounidense que fue invitado a declamar durante la reapertura de la embajada estadounidense en La Habana en agosto de 2015. “¿Cómo se concretará [la meta de llevar prosperidad al pueblo cubano] si básicamente están haciendo lo que han hecho otros inversionistas extranjeros, es decir, firmar un acuerdo con el gobierno que deja a los cubanos comunes y corrientes en la misma situación? ¿De qué forma es esto mejor? ¿Simplemente porque es EE.UU.?
Si así es como los seguidores están evaluando el proyecto cubano de Obama, no cuesta imaginar a los cubano-estadounidenses que estaban en compás de espera o que se habían opuesto a la apertura, usando las elecciones como una oportunidad para votar en contra con el fin de ayudar a sus hermanos cubanos. Clinton se ha convertido en un blanco al prometer mantener la política hacia la isla.
La economía cubana está hecha pedazos y el régimen se está echando para atrás en sus promesas de reforma. Los grupos de derechos humanos dicen que las golpizas y los arrestos de los disidentes han aumentado desde que EE.UU. extendió la rama de olivo. De todas formas, Obama sigue haciendo concesiones a los Castro, como lo hizo el 14 de octubre cuando autorizó nuevas relajaciones de las sanciones.
Más allá de quien gane en las elecciones del martes, el próximo presidente estadounidense tendrá que arreglar este lío cubano. Los cubano-estadounidenses decentes de los dos partidos quieren respuestas.

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