Wednesday, October 5, 2016

Colombia y la utopía de García Márquez

Conocí Colombia ya casi para finalizar 1994. Recién había sido electo el presidente Ernesto Samper y esa primera invitación para impartir una conferencia en un congreso en Cartagena sería la puerta de entrada que me permitió visitar gran parte de su territorio.

Después de México, ha sido Colombia el país que más he caminado. Caminé en sus valles y también en sus costas y montañas. Conocí a Germán Castro Caycedo, primero a través de sus libros y después tuve la oportunidad, en un par de ocasiones, de dialogar con él en persona.

Viví la Colombia del secuestro, el crimen organizado, los cárteles de la droga y el profundo dolor de sus ciudadanos. También viví la Colombia valiente y emprendedora. Me enamoré de Colombia.

Aún recuerdo el calor agotador de Montería, el Bolívar Cóndor de Manizales, la fuerza emprendedora de Medellín, la apasionante Bogotá, la belleza de Cartagena, Ibagué y su tradición musical y, aunque en visitas muy rápidas, también conocí Barranquilla, Cali, Cúcuta y Armenia.

La primera vez que me ofrecieron un tinto dije que no, pues no terminaba de amanecer y al poco rato aprendí que ese tinto era un café.

Visité la Colombia que por años y a diferencia de casi toda América Latina había mantenido estabilidad en el tipo de cambio. Entonces la venta de pisos y bienes inmuebles era lo de moda.

Transitar por carretera era de altísimo riesgo y cuando en México las historias de Colombia sonaban muy lejanas, en el aeropuerto del Dorado, en Bogotá, las revisiones eran el pan de cada día y también la presencia de perros para detectar el tráfico de drogas.

Después de esa primera estancia vendrían años aún más dolorosos. Recuerdo el éxodo de decenas de colombianos a otros países. No tardaron mucho en llegar las dificultades económicas y la caída de las cabezas de poderosos cárteles de la droga rompió circuitos financieros y también la esperanza de diversos grupos de la población.

Visité Colombia con ocupaciones hoteleras casi al tope y tiempo después también conocí el silencio en sus calles, los vacíos en sus hoteles y la baja participación en ferias del libro que años atrás convocaban a cientos de lectores y protagonistas de la cultura a nivel mundial.

Después de recorrer algunos territorios de Colombia recuerdo que me atreví, frente a un grupo de empresarios mexicanos, a advertir que lo que allá se vivía podía suceder en nuestro país si no aprendíamos las lecciones. Lo que menos me dijeron fue que mis comentarios eran catastróficos y auguraban un desastre donde no lo había. Que simple y sencillamente no existía condición alguna de vivir ni remotamente lo que entonces llevaban sufriendo por años los colombianos.

Fue en aquellos años cuando leí La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo y también La bruja, de Castro Caycedo, que por cierto no pude soltarlo hasta terminar su última página. Regresar a Colombia era siempre regresar a la búsqueda de un nuevo texto de Germán Castro, quien en su momento me compartió de su estancia en México y su colaboración con el periódico Excélsior.

Después de los años en que gobernaron el expresidente Ernesto Samper y el expresidente Andrés Pastrana, empezaría la era del expresidente Álvaro Uribe y con ello una profunda transformación de Colombia y la recuperación de su esperanza y amplios pedazos de legalidad y certeza.

Para el presidente Juan Manuel Santos los desafíos han sido enormes y las decisiones que ha debido tomar, también.

Escribo estas líneas justo cuando los colombianos están votando a favor o en contra de los acuerdos de paz con las FARC.

Horas más tarde nos enteramos de la respuesta de quienes acudieron a las urnas: 50.22 por ciento de los colombianos fue por el NO, y en ciudades como Medellín el NO llegó hasta 63 por ciento.

Frente a estos resultados el presidente Santos afirmó: “Como jefe de Estado soy el garante de la estabilidad de la nación y esta decisión democrática no debe dañar dicha estabilidad”.

El máximo líder de las FARC, en breve declaración, pronunció que “mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia la paz”.

Al escribir estas líneas he vuelto a caminar Colombia y siento la nostalgia de no haber regresado y, a la vez, me siento afortunada y profundamente agradecida con este país que tantas lecciones me dio de no rendición y de un espíritu emprendedor a prueba de todo.

Desde este espacio los abrazo, recordando las palabras de Gabriel García Márquez: “Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.

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