Monday, October 31, 2016

Caída de quienes quisieron ser dioses III



REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
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El segundo experimento por el cual ha transitado la humanidad, dejándole visibles y dolorosas marcas que indican la forma en que la ha afectado, es el Estado agigantado con su fatal invento, el Sistema de Bienestar Social. Con la creación de esquemas democráticos ilimitados, los políticos inventaban la demagogia moderna, prometiendo hacerse cargo de todos los miembros de la sociedad desde la cuna a la tumba. Obviamente ello iba acompañado con el consiguiente aumento irresponsable de impuestos y una expansiva burocracia. La fórmula más efectiva para medir el crecimiento agigantado del estado, siempre ha sido el gasto público que luego se convierte en deuda pública.


En la vieja era de las monarquías el gasto público se estimaba en un 5% del PIB. A finales del siglo 19, en los países occidentales el gasto publico se ubicaba en un 10% del PIB; un poco antes de la primera guerra mundial, esa cifra permanecía estable. En esa era en los EU el gasto era del 7% del PIB y en Inglaterra el 10%. En los países nórdicos, hoy día considerados paraísos del Estado de Bienestar, el gasto público era de un 6% de su PIB. Esos países se habían hecho ricos portando gobiernos limitados, impuestos bajos, y controlando el crecimiento de sus burocracias, fue cuando decidieron iniciar el derroche habiendo olvidado el verdadero origen de su riqueza. Esas eran las estadísticas hace solo cien años, pero hoy día, por ejemplo, el gasto público de los EU es de un 50% del PIB.

Así mismo, en los últimos cien años, la deuda pública de las naciones del mundo ha viajado del 10% del PIB en promedio, a una amenazadora carga presente del 100% del PIB en muchos países occidentales. Los EU, en estos momentos, portan una deuda del 100% de su PIB y creciendo agresivamente. El saliente Obama la ha duplicado, agregando más deuda pública que la suma de todos los presidentes en la historia de EU. En América Latina la deuda de los países ha provocado graves crisis que han transitado desde el efecto Tequila, el efecto vodka, hasta las más recientes de Brasil y Argentina. En estos momentos China y Japón se asoman como las siguientes.

El impuesto sobre la renta, principal fuente del pillaje gubernamental, es un invento reciente. El primero se estableció en Inglaterra en 1842, después fueron Austria, Italia y Japón, durante la segunda mitad del siglo 19. En 1900, Holanda y la mayoría de los países nórdicos siguieron los mismos pasos. Entre 1913—el inicio de la primera guerra mundial—y 1925, EU, Francia, Alemania, Australia, Canadá, Finlandia y Bélgica, alegremente se unían al grupo. Suiza lo haría hasta 1939 al estallar la segunda guerra mundial. En su inicio, el impuesto era de un solo digito que viajaba del 1 al 7% del ingreso anual. Hoy día, no es raro encontrar países con tasas que van de un 40% al 50%. El pillaje crecía igual que la burocracia.

Desde entonces, los voraces políticos han descubierto infinidad de formas para incrementar la sangría de los pueblos. El impuesto progresivo, inconstitucional en EU hasta 1913—el mismo año del nacimiento del Fondo de la Reserva Federal—fueron eventos que de inmediato se convertían en permanentes. A través de este impuesto, primero lo disfrazan y luego alivian el descontento de la gente por las nuevas cargas impositivas, usando siempre el poderoso sentimiento de envidia como un ingrediente suavizante, afirmando, “el rico pagará más”. La realidad es que en el largo plazo, este impuesto sería destructor del sagrado principio de propiedad privada. Si el sistema político permite que las mayorías decidan afectar la riqueza de las minorías, sería lógico pensar que lo seguirán abusivos impuestos sobre la riqueza, expropiaciones legales, y finalmente confiscaciones arbitrarias e ilegales, todo eso acompañado de esas bellas palabras, “justicia social”, antes de que todo el sistema explote en caos.

En democracias sin restricciones, el Estado de Bienestar es un síntoma de vejez. Cuando la democracia es saludable, toma más tiempo para que degenere en ese Estado de Bienestar. En esas sociedades los políticos prometen a Pedro un subsidio a expensas de Pablo, luego se apresuran a convencer a cada votante que todos ellos son Pedros, excepto las minorías que no cuentan. El principio de los políticos es muy simple: “tu creas riqueza y yo la redistribuyo”. Con una mano quitan y con la otra regalan, con la clásica pérdida del manoteo en ese proceso. Pero un país en el cual su gobierno tiene ese poder, se convierte en un capullo generador de mantenidos.

Una sociedad moral tiene la responsabilidad de proteger y ayudar al débil, a los que no pueden valerse por sí mismos. El estado debería de tener solo un papel subsidiario. Sin embargo, los pobres se han convertido en una rentable industria para los gobiernos. Representan fondos, burocracia, recursos disponibles y, sobre todo, la oportunidad de vender bien los favores para controlar las masas. Pero los más débiles, por definición son minorías, y esas minorías no le interesan al Estado de Bienestar que es un concepto político. Es por ello y la corrupción que ha fallado miserablemente en ayudar a quienes realmente lo necesitan, mientras que malea y controla, para sus objetivos personales, a quienes no lo necesitan y reciben.

Los políticos prometen una fraudulenta e imaginaria seguridad, a cambio de algo muy real y muy valioso, libertad, pero la gente termina sin recibir ninguno de los dos productos. El Estado de Bienestar crea la ilusión que el dinero crece como los árboles: ofrecen luego un extenso menú de cosas gratis, pero como afirmara Milton Friedman; “There is no free lunch”. Los derechos deformados inician su expansión—pero son derechos sin deberes. Es la responsabilidad sacrificada ante el altar de los derechos universales y del poder político: El Estado proveerá no importa lo que suceda, no hay necesidad de ahorrar, estudiar, trabajar, superarse, desarrollar sentido de responsabilidad. Emerge luego un ciudadano totalmente dependiente del Estado—porque un ciudadano libre e independiente, con mente inquisidora y propia, siempre ha sido un estorbo para los adictos al poder.

La seguridad social, presentada como un programa de ahorro promovido por el Estado, se ha convertido en otro impuesto y un esquema fraudulento. Los votantes son comprados con más subsidios y paquetes de absurdas, tiránicas y aplastantes regulaciones, que sigilosamente abren la puerta trasera al paso del  totalitarismo. Nos distraen con su “libertad política” mientras que nos roban le libertad personal a medida que el Estado se agiganta. El gran peligro es que podemos terminar bajo una sociedad totalitaria disfrazada como democracia, en donde la gente, irresponsablemente, elijan al siguiente tirano sin que nadie se moleste tan siquiera de saber quién es, solo preocupados por que no cierre la llave de los “regalos”.

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