Thursday, September 15, 2016

Moneda, convertibilidad, inflación y banca central


Por Gabriel Boragina © 
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               La moneda, que hoy en día acostumbramos a tener por "invención" estatal, tuvo un origen muy diferente (por cierto remoto) que hallamos –como en tantos otros aspectos- en la iniciativa privada. En términos que pertenecen a Friedrich A. von Hayek, podemos decir que el dinero es fruto de un proceso evolutivo espontáneo, en el que los estados-nación poco o nada tuvieron que ver (e incluso resulta muy anterior a la aparición de los estados-nación como tales). Durante un breve lapso –en una perspectiva histórica- los reyes acuñaban sus propias monedas y competían con los acuñadores privados, hasta que decidieron –de manera compulsiva- monopolizar la emisión de metálico y excluir de la producción monetaria a cualquier otro particular, eliminando -de tal suerte- cualquier clase de competencia en materia de producción y acuñación dineraria. 
 
 
Con el tiempo, esta historia fue olvidada, y reemplazada por otra, en la cual el origen del dinero se dice haber sido estatal. Lo innegable es que mientras la producción y emisión de dinero estuvo en manos de particulares, históricamente la inflación no existió. Esta tuvo su nacimiento con la producción de moneda estatal. Ni más ni menos que la que hay ahora.
Lo que mantenía antaño la estabilidad monetaria, y al mismo tiempo impedía los violentos flujos de precios entre los diferentes tipos de cambio que comenzaron a darse cuando los gobiernos empezaron a tomar los controles monetarios, fue el también espontáneo establecimiento de un patrón dinerario conocido como el "patrón oro", ya que las diversas monedas privadas -en su mayoría- estaban referidas a este patrón. Sin embargo, esta situación no se prolongó por demasiado tiempo:
 "Establecida la moneda por decreto, papel inconvertible de curso forzoso, y puesto el oro fuera de la ley, queda expedito el camino para la infla­ción manejada por el gobierno en escala total. Sólo subsiste un control muy poco estricto: el peligro filial de la hiperinflación o sea el derrumbe del valor circulante. La hiperinflación se presenta cuando el público se da cuenta de que el gobierno está resueltamente inclinado a la inflación, y la gente se decide a evadir el impuesto inflacionario sobre sus recursos, gastando el dinero de la manera más rápida posible, mientras conserva aún algún valor. Sin embargo, hasta el momento en que la hiperinflación se presenta, el gobierno puede ma­nejar sin trabas al circulante y a la inflación. Con todo, aparecen nuevas dificultades: como siempre, la intervención gubernamental con el fin de solu­cionar un problema, hace aparecer el espectro de otros problemas, nuevos e inesperados. En un mun­do en el que imperan las monedas inconvertibles del tipo estudiado, cada país tiene su moneda propia."[1]
La única manera, entonces, de evitar la inflación (o aniquilarla si ya la hay en un determinado país) consiste en dar los pasos inversos a los que señala la cita arriba transcripta. Esto es: suprimir la inconvertibilidad, el curso forzoso y volver a un patrón monetario como lo fue el oro. Respecto de este último, lo mejor -en nuestra opinión- es que no se imponga por ley, sino que se deje abierto al criterio del mercado cuál patrón monetario habrá, de modo de repetir aquella primera experiencia evolutiva social, por medio de la cual espontáneamente las gentes decidieron tomar como punto de referencia el precio del oro en el mercado para -a su vez- valuar sus propias monedas. Pero aquello que se dio en un ocasional momento histórico podría no repetirse en otro posterior. Y bien cabria ocurrir que los mercados dinerarios establecieran un nuevo patrón monetario distinto al oro, que pudiera encontrarse en cualquier otro bien, pecuniario o no. Pero veamos ahora cual es el principal instrumento que tienen los estados-nación para manejar nuestro dinero:
"Un Banco Central adquiere su posición de co­mando a través de su monopolio de la emisión de billetes, otorgado por el gobierno. Esta es la clave de su poder, con frecuencia desconocida. Invaria­blemente se prohíbe a los bancos privados que emi­tan billetes, y el privilegio queda reservado para el Banco Central. Los bancos particulares sólo pue­den otorgar créditos en forma de depósitos. En ca­so de que los clientes, en algún momento, quieran que sus depósitos se conviertan en billetes, los ban­cos, a tal efecto, tienen que ir al Banco Central a obtenerlos. De ahí que el Banco Central pregone orgullosamente ser un banco para "banqueros". Lo es, en razón de que los banqueros se ven en la inelu­dible obligación de operar con él. El resultado es que los depósitos bancarios no solamente son paga­deros en oro, sino también en billetes del Banco Central y estos nuevos billetes no son simples bille­tes de banco, sino obligaciones del Banco Central, una institución que ha sido investida de la majes­tuosa aureola del gobierno mismo. Al fin y al cabo, el gobierno designa los funcionarios del Banco Central, coordina su política con la de otros Esta­dos, recibe los billetes en pago de impuestos y los declara de curso legal, o con fuerza cancelatoria."[2]
Puede advertirse, en toda su magnitud, la tremenda importancia del banco central como ente gubernamental que controla y dirige con amplísimas facultades toda la política monetaria. En virtud del monopolio que el mismo gobierno le otorga carece -en rigor- de relevancia que formalmente su carta orgánica lo declare supuestamente "independiente" de aquel. El monopolio asignado en suma, le da el poder necesario como para trastocar a su antojo y discreción el valor de la moneda, y distorsionar los precios relativos a través de cualquiera de los variados instrumentos que la banca central tiene a su alcance, de los cuales del que más echa mano es el del monopolio de la emisión de dinero, cuya consecuencia ineludible es la inflación.

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