Monday, September 12, 2016

Las diferencias de Clinton y Trump en economía

Michael J. Boskin is Professor of Economics at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was Chairman of George H. W. Bush’s Council of Economic Advisers from 1989 to 1993, and headed the so-called Boskin Commission, a congressional advisory body that highlighted errors in … read moreImage result for Clinton y Trump en economía
STANFORD – A poco más de dos meses de la elección presidencial estadounidense, Hillary Clinton aventaja a Donald Trump por cinco puntos en las encuestas de opinión, tanto en el nivel nacional como en varios estados importantes que pueden definir la contienda. Pero todavía no está todo dicho, especialmente dadas las grandes definiciones políticas y las nuevas designaciones en la campaña de Trump, por no hablar de los escándalos cibernéticos que siguen plagando la campaña de Clinton, entre ellos la reciente publicación de e-mails entre altos cargos de la Fundación Clinton y funcionarios del Departamento de Estado mientras estaba bajo el mando de Clinton.


Hasta ahora, los medios de prensa y la opinión pública se centraron en la inmigración, el terrorismo, la política exterior y los rasgos de personalidad potencialmente problemáticos de cada candidato; pero mucho menos se habló de la política económica. Es una omisión seria, porque las plataformas económicas de los candidatos exhiben importantes diferencias.
En primer lugar, hablemos del gasto público. Clinton está a favor de políticas de bienestar como la ampliación de prestaciones de la Seguridad Social (cuyas obligaciones futuras no financiadas ya superan la deuda nacional), la gratuidad de la universidad pública y el alivio de deudas por préstamos estudiantiles, así como de sumar un seguro de salud público a las alternativas previstas por la Ley de Atención Médica Accesible de 2010 (“Obamacare”). También dice que mantendrá y ampliará la costosa política industrial “verde” del presidente Barack Obama, que favorece ciertas fuentes de energía e incluso determinadas empresas en detrimento de otras.
En cambio, Trump dice que dejará la Seguridad Social como está, derogará y reemplazará el Obamacare, y aumentará la eficiencia y eficacia del gasto público (pero sobre esto no dio precisiones).
En materia tributaria, Clinton dice que hará más progresivo el sistema estadounidense (aun cuando ya es el más progresivo de todas las economías avanzadas). En concreto, propone aumentar el impuesto inmobiliario y sobre la renta de los contribuyentes de mayores ingresos (lo que también afecta a las pequeñas empresas) y limitar los conceptos que pueden deducirse de la base imponible. Respecto de los impuestos a las empresas, no se muestra muy inclinada a reducirlos.
Trump propone una reducción de impuestos para las personas y empresas estadounidenses. El impuesto corporativo federal en Estados Unidos hoy es el 35%, el más alto de la OCDE. Trump propone reducirlo a 15% (por debajo de la media), con deducción total de las inversiones empresariales durante el primer año.
En cuanto al comercio internacional, Clinton ahora se opone al Acuerdo Transpacífico, un tratado multinacional de libre comercio negociado por el gobierno de Obama y otros once países de la Cuenca del Pacífico. A diferencia de su marido, que durante su presidencia apoyó y concretó la firma de varios tratados de libre comercio, Clinton se está acercando al ala proteccionista del Partido Demócrata.
La postura de Clinton en materia de comercio internacional tiene pocos méritos, pero la de Trump es todavía peor. Entre otras cosas, Trump amenazó con iniciar una guerra comercial con China y México, y dice que renegociará los tratados comerciales ya firmados por Estados Unidos. Previsiblemente, Clinton y Trump hablan por los trabajadores de clase baja y media a los que la globalización dejó atrás. Pero la mejor respuesta política no es el proteccionismo (que perjudicaría a mucha más gente), sino ayudar mejor a los trabajadores desplazados.
Por último, Clinton y Trump difieren en relación con el déficit fiscal y la deuda pública. La ampliación propuesta por Clinton de la Seguridad Social y otras partidas de gasto, y sus planes de reforzar aún más el Obamacare, sin poner límites al costo de futuras prestaciones (que según las proyecciones van camino de aumentar), hacen pensar que su presidencia también estaría signada por un importante déficit. Muy distinto al historial de su esposo: Bill Clinton trabajó con un Congreso bajo control republicano para equilibrar el presupuesto en los últimos años de su presidencia.
Hace poco Trump limitó su propuesta de recorte de impuestos, para reducir su costo fiscal y ponerla más a tono con las cifras previstas por los legisladores republicanos. Aun si el recorte se compensa con un aumento de recaudación derivado del crecimiento económico, todavía debería complementarse con medidas de control de gastos, especialmente en prestaciones sociales. De lo contrario, una presidencia de Trump también podría tener serios problemas de endeudamiento.
Algo en lo que ambos candidatos coinciden es un enorme gasto en infraestructura. Por desgracia, si bien parte de ese gasto se condice con la función del gobierno federal, ninguno de los candidatos explicó cómo se evitará que la politización y el amiguismo terminen en derroche. Estados Unidos no necesita una repetición del masivo programa de estímulo a través de la obra pública del gobierno de Obama.
En síntesis, Clinton priorizaría la redistribución sobre el crecimiento económico, mientras que Trump está más orientado a lo segundo. El crecimiento de Estados Unidos es un asunto global, porque impulsa el de otros países, a través de la demanda de los consumidores estadounidenses y el comercio internacional. Pero las dos fuentes principales de crecimiento (el aumento de productividad y el factor mano de obra, por ejemplo, la cantidad total de horas‑hombre trabajadas) cayeron abruptamente los últimos años. Después de la Segunda Guerra Mundial, la economía de Estados Unidos creció a un ritmo promedio anual del 3% durante varias décadas, pero en la última no hubo ni siquiera tres trimestres consecutivos con ese índice de crecimiento.
Se han dado varias explicaciones de la desaceleración del crecimiento de la productividad. El economista Robert Gordon, de la Northwestern University, señala que hoy la innovación tecnológica aporta menos al crecimiento económico que avances previos como la electricidad, el automóvil, la aviación y la computación. El economista Lawrence Summers, de la Universidad de Harvard, apunta al “estancamiento secular”, término acuñado por el economista Alvin Hansen en los años treinta para describir la falta permanente de demanda y oportunidades de inversión rentable. En mi opinión, la mala política económica desalentó la inversión empresarial, el emprendedorismo y el trabajo.
Las encuestas muestran que los votantes indecisos desconfían profundamente de los dos candidatos. Para ganar la elección y tener mandato efectivo para implementar su agenda, Clinton deberá ser más transparente y honesta en relación con sus errores pasados. Y en política económica, debería acercarse al centro, hacia medidas enfocadas en el crecimiento, y alejarse de las posiciones izquierdistas que adoptó durante la campaña de las primarias contra el senador por Vermont Bernie Sanders. Trump, por su parte, tendrá que mostrar un poco de humildad e inclusivismo, y aceptar el consejo de otros en cuestiones en las que le falta experiencia.
Si bien los republicanos están parejos con los demócratas en la carrera por el control del Senado, es muy probable que mantengan la mayoría en la Cámara de Representantes. De allí que en muchas cuestiones de políticas, todas las miradas apuntarán al líder republicano de esa cámara, Paul Ryan, que probablemente actuará como contrapeso (y ocasionalmente socio) de Clinton, o como guía y socio más regular en el caso de Trump.

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