Tuesday, September 20, 2016

La Internacional Iliberal

Sławomir Sierakowski, founder of the Krytyka Polityczna movement, is Director of the Institute for Advanced Study in Warsaw.
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VARSOVIA – Durante su primera década al mando de la Unión Soviética, Stalin respaldó la idea de “socialismo en un solo país”, es decir que hasta que las condiciones estuvieran dadas, el socialismo debía limitarse a la URSS. Cuando el primer ministro húngaro Viktor Orbán declaró, en julio de 2014, su intención de crear una “democracia iliberal”, casi todos creyeron que hablaba de “iliberalismo en un solo país”. Ahora, Orbán y Jarosław Kaczyński (líder en Polonia del partido gobernante Ley y Justicia, y titiritero del gobierno sin ocupar cargo alguno), han proclamado una contrarrevolución cuyo objetivo es convertir la Unión Europea en un proyecto iliberal.


Tras una jornada de sonrisas y elogios mutuos durante la conferencia de este año en Krynica, que se presenta a sí misma como un Davos regional, y en la que se designó a Orbán “Hombre del Año”, Kaczyński y Orbán anunciaron su intención de liderar a cien millones de europeos en el intento de rehacer la UE según un modelo nacionalista/religioso. Uno se imagina a Václav Havel (otrora receptor del mismo galardón) revolcándose en la tumba ante el anuncio. Y la ex primera ministra ucraniana Yuliya Tymoshenko (otra galardonada) debe estar muy alarmada: su país está siendo asolado por la Rusia del presidente Vladimir Putin, patriarca del iliberalismo y modelo de rol para Kaczyński y Orbán.
Ambos hombres buscan aprovechar la oportunidad presentada por el referendo del Brexit en el Reino Unido, que demostró que en la UE actual, el modo discursivo preferido de los demócratas iliberales (la mentira y la calumnia) puede ser política y profesionalmente redituable (basta preguntarle al nuevo secretario de asuntos exteriores del RU, Boris Johnson, prominente partidario del Brexit). La combinación de sus respectivas habilidades puede convertir al par Orbán/Kaczyński en una amenaza peor de lo que muchos europeos querrían creer.
El aporte de Orbán a la sociedad mutua es claro: su variante “pragmática” de populismo. Orbán alineó su partido Fidesz con el Partido Popular Europeo, lo que lo mantiene formalmente dentro de la ortodoxia política y convierte a la canciller alemana Angela Merkel en aliada y protectora política (no obstante el iliberalismo de su modo de gobierno). Pero Kaczyński eligió aliar a Paz y Justicia con la marginal Alianza de los Conservadores y Reformistas Europeos, y se pelea casi todo el tiempo con Alemania y la Comisión Europea.
Además, Orbán es más mundanal que su socio polaco. Igual que Donald Tusk (ex primer ministro polaco y actual presidente del Consejo Europeo), Orbán se encuentra con otros políticos para jugar al fútbol; en cambio Kaczyński es una especie de ermitaño que vive solo y se pasa las noches mirando rodeo español por TV. Parece vivir fuera de la sociedad; mientras sus partidarios, al parecer, lo colocan por encima de ella, como el mesías ascético de una Polonia renacida.
El aporte de Kaczyński a su alianza con el oportunista Orbán es ese fervor místico, un mesianismo surgido de la historia de Polonia: la idea de que es una nación elegida, con una misión especial asignada por Dios, prueba de lo cual es la trágica historia del país. Levantamientos, guerras, particiones: son las cosas en las que debe pensar un polaco cada día.
Las identidades mesiánicas favorecen a cierta clase de líderes; aquellos que, como Putin, parecen animados por un sentido de misión (que en el caso del líder ruso, es la misma proclamada por los zares: ortodoxia, autocracia y nacionalidad). Así que mientras Orbán es un cínico, Kaczyński es un fanático, para quien el pragmatismo es signo de debilidad. Orbán nunca haría nada contra sus propios intereses; Kaczyński lo ha hecho muchas veces. Por ejemplo, sus ataques a miembros de su propio gobierno de coalición llevaron a que Kaczyński perdiera el poder en 2007, apenas dos años después de haberlo ganado. Parece que no tuviera planes; lo que tiene son visiones, no de reforma fiscal o reestructuración económica, sino de un nuevo tipo de Polonia.
Orbán no busca nada por el estilo. No quiere crear una nueva Hungría; su único objetivo es, como el de Putin, seguir en el poder por el resto de su vida. Tras gobernar como un liberal en los noventa (cuando allanó el camino para la entrada de Hungría a la OTAN y la UE) y luego perder, Orbán ve en el iliberalismo el medio para seguir ganando mientras le quede aliento.
El iliberalismo de Kaczyński es del alma. A los que no están en su bando, los llama “polacos de la peor clase”. El Homo Kaczyńskius es un polaco obsesionado con el destino del país, que muestra los dientes a críticos y contrarios, particularmente si son extranjeros. Los gays y las lesbianas no pueden ser verdaderos polacos. Todo elemento foráneo dentro de Polonia es una amenaza. El gobierno de Libertad y Justicia no recibió ni un solo refugiado de los apenas 7500 que Polonia (un país de casi 40 millones) acordó con la UE.
A pesar de que sus motivos para abrazar el iliberalismo son diferentes, Kaczyński y Orbán coinciden en su significado práctico: la creación de una nueva cultura nacional. Los medios financiados por el Estado dejan de ser públicos, para pasar a ser “nacionales”. Los concursos de la administración pública se eliminan y se llenan las dependencias estatales de leales y mercenarios del partido. El sistema educativo se convierte en un vehículo para fomentar la identificación con un pasado glorioso y trágico. La financiación pública de emprendimientos culturales es sólo para aquellos que exalten a la nación.
Para Kaczyński, la política exterior está en función de la política histórica. En esto, difiere de su socio: mientras el pragmatismo de Orbán le impide un antagonismo excesivo con sus socios europeos y estadounidenses, a Kaczyński el cálculo geopolítico lo tiene sin cuidado. Después de todo, un mesías no negocia sus creencias ni se arrodilla ante nadie: vive para proclamar la verdad.
Así que en su mayor parte, la política exterior de Kaczyński es un tendencioso seminario de historia, según el cual Polonia fue traicionada por Occidente, y cuya fortaleza (hoy y siempre) le viene del orgullo, la dignidad, el coraje y la autoconfianza absoluta. Sus derrotas son victorias morales que demuestran la fuerza y la valentía de la nación, y le permiten, a la manera de Cristo, volver de los muertos tras 123 años de ausencia del mapa europeo.
La cuestión para Europa ahora es si el matrimonio del populismo mesiánico y el oportunista se desmarginalizará y extenderá por toda la UE, o si quedará confinado en Europa central. El expresidente francés Nicolas Sarkozy, con la mirada puesta en volver al poder en 2017, ya está adoptando parte del vocabulario y de las posturas del eje Kaczyński/Orbán. Johnson, por su parte, mostró afinidad con sus métodos. ¿Se les sumarán otros?

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