Wednesday, August 31, 2016

Mito: El liberalismo clásico es anarquista

Carlos Federico Smith señala que "La característica general del pensamiento liberal clásico es una minimización del Estado, pero la delimitación exacta de las funciones permitidas en ese continuum, está sujeta al debate abierto".
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Carlos Federico Smith es un frecuente colaborador de la Asociación Nacional de Fomento Económico de Costa Rica (ANFE).
En un ensayo previo en que analicé la crítica de que “el liberalismo es anarquía” concluí en que “el liberalismo no es sinónimo de anarquía, pues juzga indispensable la existencia del Estado, si bien hay diversos criterios entre pensadores liberales acerca de cuáles son los alcances o roles concretos que puede desempeñar en una sociedad liberal”.
No era posible adscribirle al liberalismo clásico la creencia en un sistema político con ausencia del Estado o del gobierno (definición sencilla de anarquía), aunque había una gama amplia de posiciones de pensadores liberales acerca de las funciones propias que puede desempeñar el Estado o el gobierno. Los liberales clásicos suelen creer en un gobierno limitado, en donde el grado de restricción aplicable es tema abierto a diferentes criterios entre pensadores liberales clásicos.



Tal restricción fue claramente expuesta Hayek, al señalar que “a partir de darse cuenta de las limitaciones del conocimiento individual y del hecho de que ninguna persona o grupo pequeño de personas puede saber todo lo que es conocido por alguna otra persona, el individualismo también puede derivar su conclusión práctica más importante: su demanda de una limitación estricta de todo el poder coercitivo o exclusivo” (Friedrich Hayek, “Individualism: True and False”, en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, The Essence of Hayek, Op. Cit., p. 141).
Casi que cada pensador liberal clásico sobresaliente tiene su propio elenco de funciones propias de un Estado en la sociedad abierta. Como preámbulo destaco la definición notable que hace Smith de los papeles que el Estado debe desempeñar: “La primera obligación del Soberano… es la de proteger a  la sociedad de la invasión y violencia de otras sociedades independientes…La segunda… consiste en proteger a cada individuo de las injusticias y opresiones de cualquier otro miembro de la sociedad… (y) tercera…la de erigir y mantener aquellos públicos establecimientos y obras públicas, que aunque ventajosos en sumo grado a toda la sociedad, son no obstante de tal naturaleza que la utilidad nunca podrá recompensar su coste a un individuo o a un corto número de ellos, y que por lo mismo no debe esperarse se aventurasen a erigirlos ni a mantenerlos” (Adam Smith, La riqueza de las naciones, Tomo III, San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 5, 23 y 36).
Hay pensadores considerados como “liberales clásicos”, que señalan que no hay un papel para el estado en cuanto a la administración de justicia (por ejemplo, David Friedman, cuyo pensamiento anarco-capitalista será luego mencionado) o también el caso de una nación, como Costa Rica, que ha acudido a una declaración de neutralidad perpetua como razón para no disponer de un ejército que defienda al país frente a la amenaza externa. Este último ejemplo puede no necesariamente reflejar una posición liberal ante las funciones del estado, pero es interesante en cuanto a que el estado no está “protegiendo a  la sociedad de la invasión y violencia de otras sociedades independientes” por medio de la fuerza militar, como lo plantea Smith, sino que es una “aceptación” de otras sociedades del carácter neutral o “amilitar” de la defensa costarricense ante la agresión externa.
Para dar una idea de la gran dispersión de funciones concretas que un estado puede desempeñar en un orden liberal clásico, me permito exponer, como ejemplo, la propuesta de un connotado pensador liberal clásico de la actualidad, Richard Epstein, quien escribió que “el liberalismo clásico huye de cualquier afecto por la anarquía en nombre de la libertad individual. Reconoce la necesidad de la fuerza del estado no sólo para prevenir la agresión y mantener la vigencia de los contratos, sino también para obtener impuestos (“flat”; bajos y uniformes), suplir infraestructura y limitar al monopolio… El liberal clásico trabaja para diseñar instituciones políticas y reglas jurídicas que le permitan al gobierno preservar el orden social sin asumir decisiones que pueden ser mejor tomadas por instituciones y actores privados (Richard A. Epstein, Forbes, 15 de setiembre del 2008).
La propuesta de Epstein sobre el papel del Estado calza dentro de los cánones liberales clásicos y algo similar podría mencionarse en relación con otros pensadores, lo cual pone en evidencia que no parece existir una cancha marcada y definitiva acerca de los roles específicos asignados al Estado en un orden político liberal, que permita separar al pensador liberal clásico de quienes no comparten esta visión.  No hay un límite o dato requerido para definir el conjunto, aunque lo que podría delimitar el campo es una tendencia o inclinación hacia un menor tamaño (y funciones) del Estado en comparación con otras propuestas. Tal demarcación convierte al tema en un asunto muy discutible.
La diversidad de pensamiento entre liberales clásicos acerca de la amplitud que debe tener el Estado en una sociedad liberal no ha de sorprender. Hayek en una ocasión fue acusado de socialista por proponer ciertas regulaciones urbanas como deseables, al decir que “Los conceptos básicos de propiedad privada y la libertad de contratación… no facilitan solución inmediata a los complejos problemas que la vida ciudadana plantea… [y que se pueden adoptar] medidas prácticas conducentes a que el mecanismo [de precios] aludido funcione de modo más eficaz y a que los propietarios tomen en consideración todas las posibles consecuencias de sus actos” (Friedrich A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, Op. Cit., p. p. 368 y 376).  Walter Block, por ejemplo, lo acusó de “ser tan sólo un tibio defensor de esta filosofía (de libre mercado) y a menudo activamente de patrocinador de todo lo opuesto [¿el socialismo?] (Walter Block, “Hayek’s road to serfdom,” en Journal of Libertarian Studies, 122, otoño de 1996, p. 357).
La característica general del pensamiento liberal clásico es una minimización del Estado, pero la delimitación exacta de las funciones permitidas en ese continuum, está sujeta al debate abierto. Es importante tener presente algunas de las posiciones más extremas en cuanto a la no existencia de papel alguno para el Estado, como lo plantean los llamados anarco-capitalistas como David Friedman (David Friedman, “Law as a Private Good: A Response to Tyler Cowen on the Economics of Anarchy”, en Economics and Philosophy, Vol. 10, No. 2, octubre de 199), quien propone que es factible un orden de mercado en donde no existan reglas públicas… sino que las leyes se dan o surgen en un ámbito totalmente privado. O como lo expone J. C. Lester, en Escape from Leviathan: Liberty, welfare and anarchy reconciled (New York: St. Martin’s Press, 2000) o anteriormente, Murray Rothbard, quien escribió que “el estado (es) el supremo, el eterno, el mejor organizado agresor en contra de las personas y de la propiedad de la masa del público” (Murray Rothbard, "The State", en For a New Liberty, New York: Collier, 1978 y reproducido en David Boaz, editor, The Libertarian Reader: Classic and Contemporary Writings from Lao-Tzu to Milton Friedman, Op. Cit., p. p. 36-37).
Quienes he denominado liberales clásicos de manera consistente le dan algún papel al Estado, si bien en grado variable. No son anarquistas, definido como ausencia total del Estado o del gobierno en el orden político, y considero que, en general, se acercan a la idea de un Estado limitado y mínimo, necesario para la vigencia de un orden liberal. La coerción se reduce al mínimo posible, de forma que se impida que otros individuos puedan arbitrariamente ejercerla contra terceros, lo que garantiza la libertad (ausencia de coerción) a cada individuo, en tanto acepte los límites conocidos que impone el principio de legalidad.
La posición anarco-capitalista cae en el campo de la utopía. En cierta manera, asume la existencia de mercados perfectos que hacen innecesaria intervención alguna (y existencia) del Estado. Contrasta con la posición liberal clásica que descansa en la falibilidad humana y que puede resumirse en la expresión “No es posible una sociedad perfecta”. Los liberales creemos en el método del “ensayo y error”, producto del método crítico, para evaluar los resultados de las acciones y la posibilidad de corregir cuando el resultado no es el esperado. En el futuro uno no puede saber si el Estado desaparecerá por innecesario, pero al momento, las sociedades abiertas se caracterizan por disponer de uno que desempeña el papel esencial de brindar el marco jurídico necesario en que aquellas evoluciones se adaptan a las circunstancias siempre cambiantes y a la incertidumbre que rodea toda acción humana.

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