Wednesday, August 24, 2016

La amenaza de la democracia 'iliberal'

Hace un par de decenios el futuro de la democracia parecía promisorio. La democratización iniciada en Europa del Sur a mediados de los años 70 fue seguida, en los 80, por procesos similares en América Latina y en la región Asia-Pacífico. Luego, a partir del derribo del Muro de Berlín, se extendió a Europa del Este y África Subsahariana. El optimismo era por entonces generalizado y se hablaba de la "tercera ola de democratización", pero el tiempo de las ilusiones duró poco. Pronto se pudo constatar que muchas de las nuevas democracias desarrollaban fuertes tendencias autoritarias, alejándose del Estado de Derecho y de aquellos derechos y libertades individuales propios de las democracias liberales.



Fue Fareed Zakaria, editor de la prestigiosa revista Foreign Affairs, quien ya en 1997 dio la señal de alarma en un ensayo titulado "El auge de la democracia iliberal". A su juicio, el "liberalismo constitucional", es decir, una legalidad que protege las libertades civiles y pone límites al poder de los gobernantes, "ha conducido a la democracia, pero la democracia no parece conducir al liberalismo constitucional". En ese mismo texto Zakaria hizo una predicción que, en general, ha mostrado ser correcta: los grandes conflictos políticos del siglo XXI no serían, como aquellos del siglo XX, entre democracia y dictadura, sino dentro de la democracia, entre la concepciones liberal e iliberal de la misma.
La tendencia de la democracia a no aceptar ningún límite y adoptar formas reñidas con la libertad, transformándose en lo que Tocqueville llamó la "tiranía de la mayoría", tiene una larga historia. Fue justamente esa tendencia lo que terminó hundiendo el primer experimento democrático conocido: el realizado en la Atenas clásica. Sobre ello, el célebre historiador inglés Lord Acton nos ha dejado unas líneas dignas de ser repetidas:
La posesión del poder ilimitado (…) ejerció su influencia desmoralizadora sobre la ilustre democracia de Atenas. Malo es ser oprimido por una minoría, pero peor es serlo por una mayoría, porque en el caso de las minorías existe en las masas un poder latente de reserva que, de ser activado, pocas veces es resistido por la minoría. Pero cuando se trata de la voluntad absoluta del pueblo, no hay recurso, salvación ni refugio.
El peligro de un autoritarismo mayoritario que pasase a llevar las libertades individuales estuvo en el centro de las preocupaciones de los padres de la primera gran democracia moderna, la de Estados Unidos. Pocos han reflexionado tanto sobre la necesidad de la democracia de limitarse para no transformarse en enemiga de la libertad como James Madison, Alexander Hamilton y Thomas Jefferson.
La solución a la que arribaron fue la creación de un sistema constitucional de división del poder y checks and balances (controles y contrapesos) entre las distintas instancias gubernativas complementado por un carta de derechos individuales (Bill of Rights) de rango constitucional. Este conjunto de protecciones contra la acumulación del poder y los humores temporales de la mayoría fue, a su vez, resguardado por la exigencia de altísimas mayorías calificadas para poder efectuar cambios constitucionales. Para ser aprobada, una enmienda debe reunir el voto favorable de dos terceras partes del Congreso y ser ratificada por tres cuartas partes de los estados de la Unión. Por ello es que en los últimos dos siglos apenas 15 enmiendas a la Constitución de los Estados Unidos han sido aprobadas.
La tensión entre libertad individual y poder colectivo constituye, como se ve, el dilema eterno de la democracia, pero hoy se ve agudizado por la existencia de un creciente número de partidos y movimientos autoritarios o directamente totalitarios que buscan llegar al poder por la vía democrática. Esto ocurre con frecuencia en el mundo musulmán, América Latina y Europa del Este, pero también puede llegar a ocurrir en Europa Occidental, bajo la presión de un populismo radical tanto de izquierda como de derecha. En este sentido, Podemos, Syriza y el Frente Nacional francés no son más tres rostros de una misma amenaza. Todos ellos están inspirados por ideologías colectivistas y, de poder hacerlo, no trepidarán en usar la democracia contra la libertad.
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