Friday, August 5, 2016

Derrota en la guerra contra las drogas

por David Boaz

David Boaz es Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute.
En los años 20, el Congreso norteamericano experimentó con la Ley Seca, prohibiendo el consumo de alcohol. El 20 de febrero de 1933, un nuevo Congreso reconoció la derrota y para fines de ese mismo año la prohibición era historia.
David Boaz es Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute.

En los años 20, el Congreso norteamericano experimentó con la Ley Seca, prohibiendo el consumo de alcohol. El 20 de febrero de 1933, un nuevo Congreso reconoció la derrota y para fines de ese mismo año la prohibición era historia.
Hoy, el Congreso de Estados Unidos debe reconocer la derrota en la guerra contra las drogas. Primero y para comenzar, las leyes federales contra las drogas son de dudosa constitucionalidad, ya que el gobierno federal puede ejercer sólo las facultades que le han sido explícitamente delegadas.



Segundo, la prohibición crea altos niveles de delincuencia. Los adictos son forzados a delinquir para pagar por un hábito que costaría poco si fuese legal. Las policías estiman que la mitad de los delitos cometidos en las grandes ciudades están relacionados al consumo de drogas. Peor aún, como el comercio es ilegal, la única manera de resolver controversias es a balazos, sean estas entre compradores y vendedores o entre rivales tratando de controlar las ventas en alguna zona que consideran propia. Cuando no se cumplen los contratos en los mercados negros, las sanciones son siempre violentas, lo cual conduce a represalias y a la guerra en las calles.
Washington se ha convertido en la capital del crimen, a pesar de ser la ciudad más custodiada por la policía. Y la carnicería humana tiene poco que ver con drogas que alteran la mente. Es más bien la consecuencia de una cruzada en la cual no se quiere admitir la derrota.
Tercero, la prohibición de las drogas le genera alrededor de 40 mil millones de dólares al año al bajo mundo. La Ley Seca hizo que las licoreras quebraran o se dedicaran a otras actividades, permitiendo que los gángsters se apoderaran del negocio. Si se legalizaran las drogas, las mafias perderían miles de millones de dólares, ya que las drogas serían vendidas por comerciantes legítimos en un mercado abierto.
Cuarto, la prohibición de las drogas es un ejemplo clásico de tirarle dinero a un problema. El gobierno gasta unos 16 mil millones de dólares al año para nada. Los burócratas piden aumentos de sus presupuestos a medida que crece el problema y si en algún año baja el consumo, dicen que sería una locura reducir el presupuesto.
Quinto, los defensores de la ley y el orden a menudo no se dan cuenta que las malas leyes causan desorden. La terrible consecuencia ha sido convertir a nuestras ciudades en campos de batalla, al hacer que el narcotráfico sea el más lucrativo de todos los negocios. En los barrios, los narcotraficantes son modelo de éxito, con los mejores autos, la ropa más costosa y los bolsillos repletos de billetes. La guerra contra las drogas elimina toda posibilidad de paz y prosperidad en los barrios urbanos.
Seis, la guerra separa a las familias, al ser los padres o los hijos condenados a prisión por posesión o venta de pequeñas cantidades de marihuana. Y ya no son sólo los hombres, en 1996, 188.880 mujeres fueron arrestadas por violar las leyes contra las drogas. En Estados Unidos se hacen 1,5 millones de arrestos al año por drogas y hay 400 mil presos por drogas, lo cual es la causa del 80% del crecimiento en el número de presidiarios. Por el contrario, el número de presos por violencia se ha reducido de 18% a 12,4% del total y de delitos contra la propiedad de 14% a 8,4%.
Siete, la prohibición conduce a violaciones de los derechos civiles. La presión oficial por ganar una guerra perdida conduce a grabar llamadas telefónicas, ponerle trampas a los ciudadanos, confiscar sus propiedades, entre otros abusos. Los casos más tristes tienen que ver con gente inocente muerta a tiros por alguna equivocación de los funcionarios.
La lección que ya hemos debido aprender es que las leyes prohibicionistas no se deben juzgar por los beneficios prometidos sino por sus consecuencias en la vida real. El terrible problema de las drogas debe ser tratado como un problema moral y médico, "es un problema para el ministro de Sanidad, no para el ministro de Justicia" dice Kurt Schmoke, alcalde de Baltimore. El premio Nobel Milton Friedman, el columnista conservador William Buckley y el ex secretario de Estado George Shultz insisten que la prohibición del consumo de drogas causa mucho más daño y más delitos que los que impide.
Esta guerra contra las drogas ya ha sido más larga que la Ley Seca y más larga que la guerra en Vietnam, pero todavía no se ve luz al final del túnel. La prohibición ha fracasado y debe ser nuevamente derogada.©

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