Thursday, July 21, 2016

Venezuela en quiebra

Por Álvaro Vargas Llosa

El año pasado, la comunidad internacional (así le llaman) esperaba una suspensión de pagos en Venezuela que no se dio en los términos temidos por las mil y una maniobras financieras que hizo Caracas para evitarla. Nouriel Roubini, entre otros gurús, provocó polémicas pronosticando eso mismo.
Pues bien: esta vez es harto difícil, en una Venezuela cuyas finanzas están asfixiadas, que no caiga en “default”. Este año debe pagar US$ 10.000 millones, que es la mitad de todo el ingreso petrolero del Estado si los precios no suben significativamente de su nivel actual. Es más: dada la pobre calidad del petróleo venezolano, el barril está siempre por debajo del precio internacional que se cita cotidianamente: alrededor de US$ 21 el barril en días recientes.


Lo que el mundo piensa de Venezuela se resume en el hecho de que sus bonos cotizan a la tercera parte de su valor nominal y el costo de asegurarlos se ha triplicado. Nadie espera otra cosa que la suspensión de pagos de parte de un país cuya inflación este año, según el Financial Times, superaría 700%.
Esto es lo que explica que Nicolás Maduro haya pretendido con un “decretazo” arrogarse poderes en materia económica que en verdad son de naturaleza política, pues le permitirían intervenir en (contra) todo tipo de empresas y hacer uso de los fondos presupuestarios y no presupuestarios a discreción, sin rendir cuentas. La huida hacia adelante es la única respuesta del gobierno ante una Asamblea Nacional que ya no controla y que parece, a su vez, dispuesta a plantarle cara.
El cúmulo de elementos que apuntan a un agravamiento de la crisis y por tanto a la evaporación del apoyo popular que le queda, obligan a Maduro a tratar de ajustar las clavijas políticas del sistema autoritario. Se supo esta semana que Caracas ha superado a San Pedro Sula como la ciudad con mayor tasa de criminalidad en el mundo (casi 120 homicidios por cada 100.000 habitantes el año pasado). Aunque ninguna estadística ha tumbado a gobierno alguno, esta refleja una realidad social hecha de inseguridad, miedo y zozobra, elementos que, junto con la hecatombe económica, conspiran contra toda posibilidad de que Maduro recupere terreno en el campo de las simpatías populares. De allí su “decretazo” tremebundo.
El tiempo juega, por tanto, a favor de la oposición. Excepto que, en ambientes tan espeluznantes como el que vive Venezuela, es fácil que la gente acabe desilusionándose de la oposición si, una vez que le confiere cierto poder, no produce resultados. El hecho de que, desde la Asamblea presidida por Henry Ramos, sea muy limitada la capacidad de la oposición de dar un viraje al modelo, es un dato sofisticado que el público ansioso podría no tener en cuenta. Le dio votos a la oposición para desmontar el sistema desde la Asamblea y si no lo hace, puede surgir el desencanto.
Esto parece intuirlo la propia oposición, de allí la contundencia con la que está respondiendo, dentro de la legalidad, al gobierno. Una actitud más pasiva podría socavar su base popular, que es a lo que Maduro y compañía apuestan. Mientras mantenga la presión y no pierda la iniciativa -obligando al gobierno a rechazar las propuestas opositoras-, logrará resistir y evitar que se la culpe por la falta de cambios notorios. De lo contrario, la victoria esperanzadora de diciembre podría acabar siendo un regalo envenenado.
Venezuela está quebrada pero los países siempre pueden quebrar un poco más. En ese clima, sólo un cambio de gobierno sería capaz de dar un vuelco a las cosas.

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