Wednesday, July 20, 2016

Populismos

Definido el populismo como aquel movimiento destinado a atraer a grandes masas para generar un proyecto de crecimiento social y económico que incluya a la mayor cantidad posible de sectores de determinada población, habría que precisar que este concepto no siempre tuvo una connotación negativa. En el siglo XIX los populistas rusos 'narodniki' impulsaron el movimiento campesino, obrero y pequeño burgués contra la autocracia zarista, por lo que esta idea de alianza de clases para la transformación fue considerada en un algún momento como un elemento revolucionario legítimo incluso para una burguesía en ascenso.

El problema real del populismo se presentó en el momento en que se convirtió en gobierno y la experiencia latinoamericana de los siglos XX y XXI lo demuestra. Esta alianza de clases que pretendía garantizar crecimiento económico inmediato y repartición de la riqueza uniforme, terminó en todos los casos por derrumbarse ante la imposibilidad de resistir las diversas presiones de todos los grupos integrantes del movimiento populistas. Una y otra vez los excesos en el gasto público, las promesas incumplidas para unos y otros, y las exigencias mismas de una masa desbordada por su creencia de que el poder está en sus manos y no está dispuesta a perderlo, terminaron por hacer del populismo un desastre generalizado.

Inicialmente, el populismo dirigido por un líder carismático tiene un éxito inmediato por su capacidad de desatar fuerzas económicas que generan una riqueza inmediata, cuyo efecto se desvanece al no poder mantener el ritmo de crecimiento de manera sustentable. La caída de los populismos es estrepitosa. La devaluación de la moneda, la fuga de capitales y la recesión en la que entra la economía producen la desaparición de la riqueza creada y la pauperización de los sectores más débiles de la sociedad en beneficio de aquellos poderosos capaces de defenderse mediante la especulación y la revalorización de sus capitales por diversos medios.

Pero la tentación populista se asoma una y otra vez. La falta de resultados perceptibles en una economía globalizada y abierta, las crisis derivadas de la imposibilidad de mantener crecimientos sostenidos, y la recomposición demográfica de un mundo de viejos jóvenes que dejaron de trabajar a temprana edad y tienen que ser sostenidos por jóvenes que ya no poseen los beneficios de un inoperante estado asistencial, pero que les sigue costando en su calidad de vida.

El discurso populista es el que utiliza argumentos simplistas que prenden la emoción y rechazan el razonamiento. Es la consigna que se repite una y otra vez, y se interioriza en la conciencia de la masa y la impulsa a votar incluso contra sus propios intereses materiales. Este es el discurso de Trump en Estados Unidos, de los impulsores del Brexit en el Reino Unido, o del Frente Nacional de Le Pen en Francia, entre otros. En América Latina el costo del populismo ha sido diferente en cada país. Venezuela ha desaparecido del mapa, mientras Argentina intenta regresar a la normalidad después del desastre kirchnerista que reedito una vez más el populismo peronista.

El Brasil de Lula y Rouseff, que presumía de su capacidad de crecimiento con equilibrio presupuestal, terminó atrapado por la tentación populista de crecer sin recursos y caer en la triste realidad de ver desaparecidos sus logros en unos cuantos meses. Es esto lo que se arriesga en la elección de 2018 en México. La fascinación populista es capaz de anular en la ciudadanía el temor por las consecuencias a mediano plazo. Y es esto lo que los demagogos tropicales saben vender bien en tiempos electorales.

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