Monday, July 18, 2016

Libertad y felicidad

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Felicidad. Una palabra cuya sola mención provoca –si no en todos, sí en la mayoría– sensación de bienestar.
Al preguntarle a una persona cuál es ese proyecto o propósito para su vida en particular cuya realización la volvería feliz, puede observarse casi siempre que, con naturalidad, se dibuja una sonrisa en su cara, e incluso, si se es muy perspicaz, es posible distinguir mencionada sensación de bienestar en algunas ocasiones. Al verse interrogado por este cuestionamiento, el interlocutor de nuestra conversación cavila por un instante –durante éste, quizá experimente un acelerado y momentáneo proceso creativo–, comienza a buscar dentro de todo el léxico que ha logrado asimilar los términos idóneos para describir tal propósito, y, finalmente, intenta expresarlo con la mayor puntualidad que le concede su habilidad expresiva.


Ya se trate de aminorar los malestares espirituales de alguien a través de la enseñanza de la palabra de Dios en un recinto religioso –tal cual lo hacen los ministros de diversas creencias–, ya se trate de aminorar los malestares físicos o psicológicos de alguien a través de la ciencia en un hospital de tecnología avanzada –tal cual lo hacen prestigiosos médicos–, ya de montar una pequeña panadería en una colonia popular para abastecer a los paladares de sus habitantes con su particular toque repostero, poner un comedor gratuito para los mendigos, confeccionar ropa de haute couture para luego intentar comercializarla en Avenue des Champs-Élysées en París o en Regent Street en Londres, volverse un astronauta de renombre, iniciar una estética, fotografiar las albas de múltiples ciudades del mundo, montar un prestigioso laboratorio de física en Suiza, ser un triunfante empresario en el sector farmacéutico, proveerle crédito a los más pobres vía la banca social, fundar un excéntrico parque de diversiones, comenzar un viaje a lo largo de Asia, compartir la vida con una persona del mismo sexo o del opuesto, proteger el medio ambiente a través de un think tank, escribir historias de terror, dar un increíble y energizante concierto de rock, etc. Las posibilidades para nuestros proyectos, propósitos o sueños son muy diversas, únicas y tan específicas como se desee definirlas; los proyectos a cumplir pueden ir desde los muy lucrativos hasta los muy filantrópicos, desde los muy banales hasta los muy profundos. Es más, pueden ser tan poco comunes como el que seguramente se planteó el fundador de White Hands, una organización japonesa sin fines de lucro que se dedica a proveer asistencia sexual a las personas que no pueden hacerlo por sí mismas –más específicamente, a los cuidados eyaculatorios de personas con dificultades físicas o mentales, como parálisis cerebral o distrofia muscular–.
Además de lo obvio a simple vista, hay una característica implícita –la cual es posible ver aguzando un poco la atención– compartida por todos estos proyectos: la del emprendimiento. Emprender: otra palabra de moda en estos días –y qué bueno que lo está, pues es valiosísima–. De un modo u otro, todas las personas de los ejemplos anteriores –intencionalmente múltiples y diversos para que se note que no hay restricciones para elegir ese proyecto con el que se alcance la felicidad–, emprendieron una actividad.
Ahora, es un axioma de la acción humana el que el hombre siempre busca mejorar su condición como él mismo la concibe –incluso quien se daña a sí mismo está tomando decisiones que, en el momento de la acción, son lo mejor para él, según su propia concepción–. Ésta es la explicación desde una perspectiva económica para el emprendimiento: al emprender –la búsqueda de empleo o de un pequeño negocio, por ejemplo–, el individuo busca una mejora en su condición. Sin embargo, todavía antes que en la esfera económica, a nivel tanto ético como pragmático, hay una unión indeleble entre emprendimiento y felicidad.
Démonos cuenta de que el emprendimiento –como sinónimo de comenzar o de intentar echar a andar cualquier tipo de actividad– es el principal método para materializar nuestros propósitos u objetivos –significativos para cada quien–. La acción es lo único que produce resultados, y, en este caso, el resultado deseado es la felicidad. Por lo tanto, el emprendimiento es el principal método para alcanzar la felicidad.
Para dejar perfectamente clara la unión entre felicidad y emprendimiento, sepamos qué es exactamente la primera. Por ser la más apropiada para este artículo, tomaré como definición de felicidad dos comentarios hechos al respecto por la intelectual rusa, nacionalizada estadounidense, Ayn Rand –quien, hay que recordarlo, escribió sobre ética, lógica, lenguaje, ciencia, psicología, religión, historia, política, derecho, economía, negocios, sexo, los derechos, el gobierno, arte, literatura, escultura, metafísica, epistemología, la mente y el cuerpo, el libre albedrío, la verdad y algunas otras cosas más–: ‘la felicidad es un estado de alegría sin contradicciones. Es posible sólo para el hombre racional, el hombre que sólo desea objetivos racionales, sólo persigue valores racionales y sólo encuentra su alegría en acciones racionales’, y ‘felicidad es ese estado de consciencia que procede del logro de los propios valores’.
Aquí está la unión: dejando a un lado conceptos abstractos, y viendo la situación de manera muy pragmática, para alcanzar la felicidad, emprendemos una actividad, ya sea intelectual o material, para el logro de nuestros propios valores, los cuales deben ser percibidos por la razón.
Bien, entonces todos tenemos el derecho individual a la búsqueda de nuestra propia felicidad. Hasta aquí todo bien: no queda duda de ello. Empero, hay que hacerle tres acotaciones a este derecho, pues su enunciación está incompleta. Para hacer ejercicio de él, hay una condición muy especial que debe estar presente siempre –primera acotación–, además de dos principales restricciones muy bien establecidas –segunda y tercera acotaciones–.
Primera acotación. No es el objetivo de este artículo enumerar todos y cada uno de los elementos necesarios para lograr la felicidad, pero un requisito que sí es – luego de un ligero escrutinio– evidentemente necesario para el ejercicio de mencionado derecho, es la libertad. La libertad, entendida como la ausencia de coerción pública o privada para tomar nuestras decisiones y asumir la responsabilidad que de ellas se derive, es una condición quizá no suficiente pero sí necesaria para lograr la felicidad a través del emprendimiento de aquellas actividades con las que el hombre logre la realización de sus propios valores racionales.
Sin libertad, ¿cómo podríamos emprender? Si, por mencionar sólo un ejemplo hipotético, la fotografía fuera considerada inmoral y fuera luego hecha ilegal, ¿cómo podría el fotógrafo comenzar sus actividades sin sufrir de persecuciones –es decir, sin sufrir de coerción–? Cuanto más legal sea la libertad de emprender cualquier actividad humana, no sólo tendremos más posibilidades de mejorar nuestra situación material –esfera de la economía–, sino que también tendremos más posibilidades de ejercer nuestro derecho a la búsqueda de la felicidad –esfera de la ética–.
Ahora bien, la institución que históricamente ha limitado más la libertad es el Estado –principal ejecutor de la coerción pública–: o al decir cuáles actividades de emprendimiento son legales y cuáles ilegales y por lo tanto perseguir a estas últimas con violencia, o al regular dichas actividades –en el caso de que sí sean legales– y con ello entorpecerlas, o al cobrar impuestos con cualquier clase de justificación –el bien común, los pobres, la justicia social, el fortalecimiento de la democracia, la modernidad, el progreso, el fomento del patriotismo, la cultura, el deporte, la educación, la seguridad social, la vivienda, el propio emprendimiento, o el pretexto que se quiera– y con ello obstaculizarlas. En este contexto, el Estado –dirigido por cualquier partido político, democrático o no– y la libertad son antónimos. Repito: Estado y libertad son antónimos. Así dadas las cosas, un corolario de la libertad del individuo para alcanzar su felicidad a través del emprendimiento, es la libertad económica, o, dicho en otras palabras, un sistema económico laissez-faire, con todas y cada una de sus implicaciones: libre mercado, libre competencia y con ella innovación, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, libre, libre, ¡libre es la palabra clave! Dicho arreglo económico es el único que tiene el máximo respeto por el derecho de cada individuo a la búsqueda de su felicidad. Por si no fuera suficiente con esto último, está demostrado por diversas instituciones independientes de investigación –por mencionar sólo algunos: Ayn Rand Institute, Mises Institute y Fraser Institute– que, un sistema así, fomenta la prosperidad: aumenta la renta de las personas, disminuye la corrupción, preserva el medio ambiente, conserva las especies animales, etc. Parece magia, ¿verdad? No lo es: es filosofía y economía. Y casi todos los problemas contemporáneos encuentran su solución en la aplicación de éstas. Y, hay que decirlo, aunque no se produjeran condiciones de prosperidad, éste sistema sería el único ético; afortunadamente, puede gozarse de todos sus beneficios: su carácter de eficiencia, de prosperidad, y, sobre todo, de ética. Para no dejar de aclararlo, ni la dictadura del proletariado, ni los regímenes democráticos del Estado de ‘Bienestar’ –bienestar de las corporaciones y del Estado es una mejor expresión–, ni la izquierda radical y reaccionaria, ni la izquierda socialdemócrata, ni los centristas –que, para imponer la igualdad, necesitan del cobro de impuestos–, ni la derecha conservadora –que, después de todo, para imponer sus propios valores morales, también necesita del cobro de impuestos–, son compatibles con el derecho tratado en este artículo: sólo hay espacio para la libertad o la coerción. Con un enfoque utilitarista, el balance de preferir la libertad contra no preferirla es, sin duda, positivo, por todos los beneficios ya descubiertos por los institutos que la investigan a profundidad; y, con un enfoque ético, la libertad sólo puede tener luz verde también.
Abonando todavía más a su justificación, la frase ‘laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même’ tiene el significado literal de ‘dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo’. Pero es posible reexpresarla así: ‘por favor [la amabilidad por delante], permítanme buscar mi felicidad de acuerdo a mis propios valores [mismos valores que debo obtener por la razón], que yo permitiré que ustedes hagan lo mismo’. Esto es, a modo de ejemplo práctico: los ateos, convencidos de que no hay razón para creer que un ser divino controla nuestras vidas, no podríamos negarle a un sacerdote su derecho a tratar de ser feliz enseñando a otros la palabra de Dios. Asimismo, algo que puede ocurrir en un sistema así, es que nuestra fuente de felicidad provoque a otros algún tipo de bienestar o necesidad de intercambio; también puede que no. Me explico. Supóngase el caso de una isla hipotética donde hubiera 10 habitantes; cada uno, cuenta con exactamente $10,000, es decir, todos son iguales; luego de un tiempo, uno de ellos descubre que lo que lo hace inmensamente feliz es la música, y que, además, tiene mucho talento; así pues, decide comenzar la grabación de un disco e invierte $5,000, logra cautivar a toda la isla con su música y vende un disco a los 9 habitantes en $850; céteris páribus, ahora él tiene: $10,000 – $5,000 + ($850 por 9) = $12,650, y los demás: $10,000 – $850 = $9,150, es decir, ya son desiguales. Nunca faltará el inconforme que sugerirá que esto es inapropiado y que entonces algo como el Estado debe intervenir para ejecutar la justicia social; aquí empiezan a surgir las arbitrariedades y la coerción fiscal. ¿Es el músico culpable de que su fuente de felicidad provoque sensación de bienestar a otros? Más aun, ¿él los obligó a adquirir su disco? Hay que poner más atención al origen de la desigualdad. Repito: si se desea íntegro el derecho a la búsqueda de la felicidad, no hay espacio para modelos económicos mixtos o donde la mayoría pueda votar por limitarle este derecho a otros –como sucede, de hecho, en las democracias, en las que, si la mayoría es pobre, se pide que la minoría rica limite su derecho a través de los impuestos progresivos. Da igual que una arbitrariedad (violación de derechos) sea decidida por uno (dictadura) que por muchos (democracia)–.
Segunda acotación. Hasta ahora, parece que alguien puede teóricamente hacer lo que le venga en gana para conquistar su felicidad, pero no es así. Hay, principalmente, dos límites. El primero se resume en la expresión ‘principio de no agresión’, o PNA; el segundo lo aclaro en la tercera acotación. Mencionado principio sostiene que debe ser legal para cualquier individuo hacer lo que desee –es decir, emprender la actividad que desee–, siempre que con ello no inicie o amenace con violencia la vida, la libertad y/o la propiedad de otra persona. El PNA soporta que la coacción, definida como el inicio o amenaza de violencia a la vida, la libertad y/o la propiedad de otra persona, es ilegítima, y debe ser rechazada, lo que conduce a rechazar por consiguiente los asesinatos, los secuestros, el robo, los fraudes, y cualquier actividad relacionada con éstas. Aplicándolo al Estado –que es, como ya se dijo, una institución involuntaria y coactiva–, implica rechazar el cobro de impuestos a individuos y empresas para cualquier fin y en cualquier cantidad –y, con el rechazo a dicho cobro, rechazar por consiguiente la educación pública, la seguridad social, el deporte fomentado por el Estado, la cultura fomentada por el Estado, y todos los servicios proporcionados por él–, así como proyectos militares, pues son actos que inician o amenazan con violencia. Si se observa bien, hay aquí implícitos dos tipos de coerción: la privada y la pública; los ladrones, secuestradores, asesinos y defraudadores, están incluidos en la esfera privada; quienes cobran y viven de impuestos o desarrollan proyectos militares en el Estado, están incluidos en la esfera pública; hay que rechazar ambos tipos, pues a un aumento de coerción permitida o tolerada –ya sea privada o pública–, se corresponde una disminución en la libertad, y por lo tanto una disminución en la posibilidad de ejercer el derecho individual a la búsqueda de la felicidad propia. El PNA no se opone a la defensa contra la agresión; al contrario, la respalda y legitima. Ayn Rand expresaría lo anterior en: ‘Ningún hombre o grupo tiene el derecho de usar la fuerza física contra otros, con excepción de cuando actúa en propia defensa y sólo contra quienes inicien su uso. Los hombres deben tratarse unos a otros como comerciantes, dando valor por valor, por medio de un libre y mutuo consentimiento y beneficio. El único sistema social que erradica de las relaciones humanas la fuerza física es el capitalismo laissez-faire. El capitalismo es un sistema basado en el reconocimiento de los derechos individuales, y protege a los hombres de aquellos que inician el uso de la fuerza física. Así, [rechazo] cualquier forma de colectivismo, como lo son el fascismo y el socialismo. También [rechazo] la actual ‘economía mixta’, noción de que el gobierno debe regular la economía y redistribuir la riqueza’. En palabras más llanas: un individuo es tan libre de emprender cualquier actividad para lograr la propia felicidad, mientras no viole el PNA.
Tercera acotación. Ésta podría, incluso, inferirse de la segunda acotación, pero es preferible hacerla explícita. Consiste en que, a la frase de ‘comprometiéndome a respetar el PNA, tengo derecho a la búsqueda de mi propia felicidad’, hay que agregarle al final ‘por mis propios medios’; esto es, el derecho tratado en este artículo, quedaría enunciado de forma completa y adecuada así: ‘comprometiéndome a respetar el PNA, tengo derecho a la búsqueda de mi propia felicidad por mis propios medios’. Es decir, cada quien debe trabajar cuanto sea necesario para conquistar su felicidad sin pedirle a otros que se sacrifiquen por él. Ayn Rand expresaría lo anterior así: ‘El hombre es un fin en sí mismo, y no un medio para los fines de los demás; debe vivir por su propio propósito, sin sacrificarse para otros o sacrificar a otros para sí; debe trabajar por su propio interés racional y lograr su propia felicidad como el propósito moral más alto de su vida. Así, [rechazo] cualquier forma de altruismo –que afirma que la moralidad consiste en vivir para otros o para la sociedad–’. En otras palabras, el derecho a la búsqueda de la felicidad por los medios propios no es el derecho a la felicidad garantizada por el trabajo –dinero– de otros. En la práctica, gravar una actividad económica que le produce la felicidad a una persona o a un grupo de ellas y, que al mismo tiempo, haya resultado rentable, equivale a pedirle a esa persona o grupo que sacrifique el poco o mucho avance de su derecho para que otros tengan más posibilidades de lograr su propio proyecto de felicidad. Así, este derecho, implica también una obligación: la de comprometerse a vivir bajo el juramento que aparece en una de las célebres obras de Ayn Rand, ‘Atlas Shrugged’: ‘Juro por mi vida, y por mi amor por ella, que nunca viviré para otro hombre, ni pediré a otro hombre que viva para mí’.
De este modo, yo resumiría el trasfondo de la lucha de nosotros los libertarios: un mundo donde todos tengan garantizada la posibilidad de ejercer su derecho a la búsqueda de su propia felicidad, por sus propios medios y respetando siempre el PNA. Pero es que, viendo la cantidad de críticos y enemigos que tiene el sistema laissez-faire, es válido arrojar las siguientes preguntas: ¿Es, acaso, malvado, utópico o radical para un hombre emprender, no sólo para tratar de mejorar la condición propia, sino también para tratar de alcanzar la felicidad a través de la realización y manifestación de sus propios valores racionales? ¿Es, acaso, malvado, utópico o radical para un hombre ser libre? ¿Es, acaso, malvado, utópico o radical un mundo en el que la violencia esté ausente? No, no es malvado, utópico ni radical. Es ético, posible y digno. Es más, ya ha ocurrido a un nivel más o menos deseable: la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica y sus Padres Fundadores, quienes sabían que el gobierno era un mal necesario y que había tenerlo lo más restringido y limitado posible, son una prueba de ello. La declaración de independencia de esta nación indica: ‘We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the Pursuit of Happiness’. Benjamin Franklin, uno de dichos Padres Fundadores, afirmó en alguna ocasión: ‘The U.S. Constitution doesn’t guarantee happiness, only the pursuit of it. You have to catch up with yourself’. William O’Douglas, quien fungió como Associate Justice de la Supreme Court of the United States de 1939 a 1975, dijo en otra ocasión: ‘The Constitution is not neutral. It was designed to take government off the backs of the people’. Edmund A. Opitz, autor y miembro de la Foundation for Economic Education, opinó alguna vez: ‘No one can read our Constitution without concluding that the people who wrote it wanted their government severely limited; the words ‘no’ and ‘not’ employed in restraint of government power occur 24 times in the first seven articles of the Constitution and 22 more times in the Bill of Rights’. Ayn Rand también declaró al respecto: ‘La abundancia de los Estados Unidos no fue creada por sacrificios públicos al bien común, sino por el genio productivo de hombres libres que siguieron sus propios intereses personales y la creación de sus propias fortunas privadas. Ellos no hicieron pasar hambre al pueblo para pagar por la industrialización de América. Ellos dieron al pueblo mejores trabajos, salarios más altos y bienes más baratos con cada nueva máquina que inventaron, con cada descubrimiento científico, con cada avance tecnológico. Y así, el país completo se movió hacia delante, beneficiándose, no sufriendo, en cada paso del camino’. Sin embargo, todo acto pasado en defensa de la libertad de los individuos de esa nación, ha sufrido graves violaciones a lo largo del tiempo debido a que demasiada gente de a pie, intelectuales que se han traicionado a sí mismos, políticos demagogos, tiranos y envidiosos, periodistas desinformados, y académicos y estudiantes de prestigiosas universidades del mundo, han sido infectados por el virus del altruismo que Rand definió. Es fácil aceptar el derecho a la búsqueda de la felicidad propia, pero… ¿qué tan fácil es aceptar las obligaciones que de él se derivan –es decir, ejercerlo por los medios propios y comprometerse a respetar el PNA–?
Finalmente, hay que insistir en que los libertarios defendemos la causa más trascendental del mundo contemporáneo: el derecho del individuo a la búsqueda de su felicidad a través de la realización y manifestación de sus valores racionales propios, derecho debidamente acompañado de sus acotaciones correspondientes. Ése es el sueño: no lo perdamos de vista; pero tampoco perdamos de vista el reto: mejorar nuestra reputación e imagen ante una vasta mayoría, desgraciadamente muy desinformada. Y precisamente por la relevancia de la causa, no podemos permitir que nadie de la izquierda, del centro o de la derecha la degrade; no podemos permitir que ningún Estado (dirigido por cualquier partido político) trate de minimizarla bajo ningún pretexto; no importa cómo se justifique, debemos aferrarnos. La civilización necesita oír nuestra voz, nuestras razones. En particular, los jóvenes debemos tomar la rienda de esta lucha intelectual, que hemos de ganar no con la fuerza –pues sería incluso contrario a nuestros principios–, sino con el intelecto.

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