Tuesday, July 19, 2016

El problema es el gobierno, no “la codicia egoísta”

 
Al impedir la posibilidad de fracaso, el gobierno nos impide el éxito.
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¿De dónde obtiene su poder la Izquierda? De una fuente esencial: de un estándar errado de moralidad, de una norma falsa de “el bien y el mal”. El sacrificio es supuestamente el bien; el interés propio es el mal. La Izquierda acusa de todos los desastres sociales y económicos a la “codicia egoísta”. ¿Qué causó el colapso financiero, según la Izquierda? La codicia egoísta de los banqueros en todo el mundo. ¿Por qué fue aprobada la medicina socializada de Obama? Porque hay gente que tiene necesidades, y los avariciosos deben servir a los necesitados.


Los de la Derecha deberían señalar que “codicia egoísta” es un término injurioso: denigra la ambición y el deseo de producir riqueza — que son virtudes — al asociarlas con glotonería sin sentido. Pero los derechistas no denuncian el insulto porque comparten la moralidad anti-ego, o como mínimo tienen miedo de cuestionarla.
Hasta ahora, a la mayoría de los defensores del capitalismo les ha faltado valor para decir, usando las palabras de John Galt en La Rebelión de Atlas, que: “tu vida te pertenece a ti y el bien es vivirla”.
Pero, como un pequeño paso en la dirección correcta, los pro-capitalistas están empezando a plantarle cara a la absurda afirmación izquierdista de que la codicia causó la crisis financiera. Están señalando este hecho evidente: “la codicia” — o sea, el deseo de hacerse rico — es algo constante; no surgió de la nada, de repente, ni aumentó justamente antes de la crisis.
Por ejemplo, un editorial del Wall Street Journal (25 de abril de 2013) observó que “la crisis tuvo varias causas diferentes de la codicia que siempre ha existido en Wall Street y en cualquier otra “street” (calle).”
Cierto. Pero algo cambia, psicológicamente, en el “boom” que precede a un “crash”, en el buen tiempo que precede a una tormenta. Lo que cambia no es un mayor deseo de riqueza, y tampoco es que la gente se obsesione con el corto plazo; lo que cambia es cómo la gente evalúa el riesgo. La gente no se vuelve más codiciosa, se vuelve más optimista. Al ver las bolsas y los precios inmobiliarios subir sin parar, imaginan que ese auge es la nueva normalidad, y que una caída de precios nunca más volverá a suceder.
Por la misma razón, durante la fase de pánico y recesión, la gente se vuelve demasiado pesimista. Se imagina que nunca se tocará fondo, que las inversiones son todas muy arriesgadas, y que el mayor desastre está por llegar. Igual que un auge no supone exceso de codicia, una recesión no supone falta de codicia.
Bajo el péndulo psicológico radica la verdadera causa: el ciclo de auge y recesión se debe a la manipulación de la oferta monetaria por el gobierno, como la escuela austríaca de economistas ha demostrado. La inyección de la Fed de cada vez más dinero en el sistema es lo que genera precios cada vez más altos y por lo tanto el exceso de optimismo.
Hay otra política gubernamental que alimenta el exceso de optimismo: el que el fracaso haya sido prácticamente declarado fuera de la ley. En una economía libre, siempre hay algunas empresas que fracasan. En una economía regulada, el gobierno apoya a las empresas que están a punto de quebrar, echándole de esa forma leña al fuego del exceso de optimismo. “Demasiado grande para quebrar” se complementa con “demasiado pequeña para quebrar” y luego “demasiado intermedia para quebrar”.
Miles y miles de intervenciones gubernamentales actúan para proteger del fracaso a empresas grandes, medianas y pequeñas. Las leyes anti-monopolio, concretamente, han sido diseñadas para evitar que empresas exitosas puedan llevar a sus competidores a la quiebra, algo que ocurriría normalmente en un mercado no regulado, pero impensable bajo el régimen legal actual.
Luego tenemos la proliferación de las leyes de concesión de licencias profesionales, leyes que protegen a los ya licenciados de la competencia de los no licenciados. Y los efectos de decenas de miles de regulaciones operativas impuestas a las empresas, además de las impenetrables reglas fiscales. Todas ellas sirven para proteger a las grandes empresas de la competencia de las más pequeñas, porque las grandes pueden permitirse el lujo de tener departamentos de contabilidad y de cumplimiento, mientras que las pequeñas no.
Todo ello tiene como resultado un mercado paralizado. El “status quo” se convierte en una situación permanente en la que el gobierno protege a todos del fracaso económico.
Pero un elemento esencial del capitalismo es precisamente ese tipo de fracaso. El capitalismo implica un proceso continuo de selección, lo equivalente a la selección natural en biología: el éxito de un negocio alimenta la expansión, mientras que el fracaso provoca la contracción. Así, los mejores productores adquieren una influencia económica cada vez mayor, mientras los peores se quedan cada vez con menos recursos. Al intervenir para eliminar los fracasos, el gobierno anula esa selección natural de los mejores productores.
Vemos la misma filosofía entre los educadores que están de moda hoy día: el fracaso escolar ha sido eliminado en favor de la autoestima, por decreto. El “éxito por decreto del gobierno” es el lema del Estado regulador. Y de la misma forma como el adulado y engreído estudiante recibe una dolorosa dosis de realidad después de graduarse, también la economía recibe esa dosis cuando los errores que nunca fueron resueltos provocan finalmente la inevitable caída.
No es afán de lucro lo que crea una burbuja, es la expansión monetaria del gobierno complementada con la política de evitar mini-fracasos lo que acaba, inevitablemente, en un mega-fracaso.
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— por Harry Binswanger

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