Friday, June 17, 2016

¿Quién teme a la properidad?

¿Debería preocuparnos que los habitantes de China, la India y otros países en vías de desarrollo se estén enriqueciendo? Si hacemos caso a la prensa y sus expertos, sí.

No lo dicen así, claro; lo dicen, por ejemplo, así:
A medida que el desarrollo se extiende vertiginosamente por los países antaño miserables y saca a miles de millones de personas de la pobreza, la demanda de alimentos, minerales y combustibles se pone al rojo vivo y los proveedores luchan a brazo partido por satisfacerla. Los precios han entrado en esa espiral, y los americanos se ven inmersos en una puja frenética con compradores extranjeros por productos tan diversos como la lecha y la gasolina.
Sí, China está creciendo a marchas forzadas –un 10% el año pasado–, y está construyendo fábricas frenéticamente para producir a gran escala esos productos baratos que a los americanos nos encanta comprar. Pero, claro, para cumplir su cometido los productores chinos tienen que comprar combustible, acero y un largo etcétera de materias primas. Y como cada vez hay más demanda, los precios suben. También los de los alimentos, pues cada vez hay más chinos (e indios, e...) que comen más y mejor.

Así las cosas, nos dicen los medios, deberíamos preocuparnos por que los pobres estén dejando de serlo.

Pues no, mire usted por dónde. El mundo sería un lugar mucho más triste si el éxito económico de uno dependiera del fracaso de otro, ¿no cree? 

Mucha más gente comprendería esto si leyera el imprescindible libro de Henry Hazlitt La economía en una lección, donde se dice, por ejemplo, lo que sigue: "El arte de la economía consiste en atender no sólo a lo inmediato, también a los efectos a más largo plazo de cualquier actividad o medida política".
 
Ciertamente, a corto plazo la pujanza de China y la India empuja los precios al alza. Pero eso es sólo el principio de la historia; y es que un mayor número de demandantes y unos precios elevados generan, también, nuevas oportunidades para los empresarios y los emprendedores.
 
Pensemos, por ejemplo, en el petróleo. Cuando su precio sube, los empresarios y los innovadores tienen un poderoso incentivo para: 1) buscar más petróleo, 2) buscar maneras más eficientes de obtenerlo, 3) buscar alternativas al oro negro.
 
Nadie puede prever qué se les ocurrirá, pero eso no tiene la menor importancia. Por otro lado, los pronósticos que vaticinan el fin del progreso son tan antiguos como el progreso mismo, así que no hay razón para pensar que esta vez sí acertarán.
 
Nuestros líderes hablan y no paran de "proteger" a los trabajadores y las industrias, de crear industrias "verdes", de poner en marcha planes para el reciclaje de la mano de obra. Así, por ejemplo, Hillary Clinton ha prometido que concederá apoyo estatal al desarrollo de nuevas tecnologías y medicinas que permitan salvar vidas. Y los medios les compran todas esas mercancías porque, al parecer, creen que, a menos que nuestros preclaros líderes se saquen de la manga tal o cual estímulo, nadie va a dedicarse a producir.
 
¡Qué majadería!

Si el Estado no anduviera metiéndose donde no le llaman, imponiendo asfixiantes regulaciones e impuestos de todo tipo para financiar sus planes utópicos, el mercado aportaría los bienes que se necesitaran. Siempre me ha gustado esta frase de Henry David Thoreau: "Para respaldar a las empresas, este Gobierno no ha hecho nada mejor que quitarse de en medio".

El economista de la George Mason University Alexander Tabarrok tiene otra manera de mostrar los beneficios que se derivan de la extensión de la prosperidad. Cuanto más grande es el mercado –escribió hace unos meses en Forbes–, más interés tienen las grandes compañías en fabricar productos que requieren de elevadas inversiones en I+D, como los medicamentos. Así que, a medida que haya más chinos e indios capaces de comprar más cosas, las empresas de todo el mundo se irán decidiendo a fabricar productos que antes no eran rentables. El resultado de todo ello será que tendremos a nuestra disposición productos que mejorarán nuestra calidad de vida.
 
Dice más Tabarrok. Atiendan:
Sorprendentemente, en el mundo sólo hay unos seis millones de científicos e ingenieros, y cerca de la cuarta parte reside en Estados Unidos. Pobreza quiere decir que millones de potenciales eminencias científicas se pasan la vida tratando de sobrevivir en vez de acometiendo proyectos de relevancia para la Humanidad. Si el mundo fuera tan rico como Estados Unidos y dedicase la misma cantidad de gente a la I + D, el número de científicos sería cinco veces superior al actual.
O sea, que cuanto más ricos haya, mucho mejor. ¿Oído cocina?
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