Saturday, June 18, 2016

América Latina debe descartar el “empresario villano” para progresar

Crear una cultura de emprendimiento resultará la mejor forma de hacer algo por nuestros países latinoamericanos

(Pixabay) empresario
La idea que mucha gente tiene sobre el empresario, en general, es la de una persona avara, injusta y corrupta. Sin embargo esto no es así. (Pixabay)
En América Latina, ser empresario se ha vuelto una tarea difícil. Además de la terrible burocracia, una increíble cantidad de trámites gubernamentales y el altísimo nivel de impuestos que los gobiernos exigen para poder operar, los empresarios tienen que lidiar diariamente con la opinión pública.
La idea que mucha gente tiene de un empresario es la de una persona avara, injusta, corrupta y que consigue lo que quiere a través de la explotación de recursos y personas, sin importar las consecuencias que esto traiga al bien común.



La realidad es que las empresas son la única fuente de riqueza de las sociedades. Las empresas generan la riqueza y las condiciones para que sus clientes obtengan beneficios, para que sus empleados tengan un modo honesto y productivo de vivir, e incluso para que los estados, a través de la recaudación de impuestos y diversas tarifas, obtengan recursos para llevar a cabo los programas gubernamentales y para pagar los salarios de los funcionarios públicos.
Sin empresas no tendríamos los productos de consumo ni las cadenas de suministro, no habría empleos y no habría a quién cobrarle impuestos. De ese tamaño es el rol que juegan las empresas en las sociedades de hoy.
Es verdad que existen casos de empresarios que son inaceptables. Algunos ejemplos de situaciones indeseables que involucran a empresarios son:
  • LOBBYING: es una práctica muy común en la que un empresario o grupo de empresarios con cierta cantidad de poder buscan influir en la administración pública para obtener favores o leyes que los beneficien, sin importar en realidad si el resultado es nocivo para el resto de la ciudadanía. Un ejemplo muy reciente a nivel mundial es el lobbying que los taxistas están tratando de aplicar sobre los creadores de leyes para prohibir la presencia de UBER.
  • CORRUPCIÓN: comprar licitaciones o pagar por obtener licencias o servicios especiales de la Administración Pública es una práctica muy común entre ciertos grupos de empresarios. Basta con recordar el caso de la “casa blanca” en México, en el cual la empresa HIGA y el presidente Enrique Peña Nieto ejemplificaron claramente cómo pueden asignarse contratos multimillonarios con base en favores o acuerdos por debajo de la mesa.
  • FRAUDE: es un engaño económico con la intención de conseguir un beneficio y en el cual invariablemente habrá algún tercero perjudicado, normalmente, el cliente. Suele venir de la mano de la corrupción, ya que para poder engañar a la gente muchas veces se cuenta con documentos gubernamentales que supuestamente avalan la fiabilidad de las empresas, pero que en realidad fueron conseguidas de manera desleal a través de procesos corruptos.
  • CARTELIZACIÓN: ocurre cuando varias empresas que, en teoría, deberían competir entre sí, se unen y fijan precios y otros criterios que terminan por afectar la calidad de los productos y servicios, con consecuencias negativas para los bolsillos de sus consumidores.
Estos son sólo algunos ejemplos de situaciones de las que son normalmente acusados los empresarios en América Latina. Si nos detenemos a analizar un poco, encontraremos que todas estas situaciones son un hilo con dos puntas donde una es representada por los empresarios y la otra, generalmente, por los gobiernos.
En un estudio reciente del IMCO (Instituto Mexicano para la Competitividad) se reveló que cerca del 46% de empresarios han recibido ofertas de negocios con el gobierno a cambio de sobornos o tajadas de los contratos que se obtendrían.
Una solución en la que tenemos que trabajar como sociedad es fortalecer el estado de derecho. Mientras no existan mecanismos que garanticen la transparencia y la legalidad de los procesos gubernamentales, los incentivos para actuar correcta y legalmente serán nulos. Es decir, mientras siga siendo más rentable ser cercanos o ganarse la voluntad de funcionarios públicos, que ser una empresa eficiente y productiva, seguiremos generando justo el tipo de empresarios que dañan a la sociedad.
Un sector importante tiende a culpar al mercado de todos los males que nos acosan como sociedad, como si el mercado fuera un ente o un grupo de personas malvadas planeando cómo perjudicar nuestras vidas. El mercado no es otra cosa más que la suma de decisiones que como individuos tomamos en nuestro día a día. Si la marca “X” tiene mucha más presencia en el mercado que la marca “Y”, es porque los consumidores la prefieren dado que su producto es mejor, más barato y sus procesos de marketing han sido más exitosos.
Tendemos a pensar que a mayor regulación mejores serán los servicios y productos que las empresas nos ofrecen. Lo que no consideramos es que los primeros afectados por una regulación excesiva son aquellos pequeños nuevos competidores que, para comenzar a operar, tendrán que conseguir permisos y cumplir una serie de incontables requisitos que en teoría mejorarán la calidad de los servicios, pero que en realidad sólo encarecerán sus procesos de arranque como nuevos empresarios.
Por último, el tema de la educación y el ideario cultural que tenemos es otro asunto de vital importancia. Mientras sigamos demonizando la imagen del empresario estaremos robando a nuestras sociedades una cantidad incontable de posibilidades de creación de riqueza y desarrollo.
Tenemos que fomentar el emprendedurismo entre los más jóvenes. Tenemos que facilitarles la vida, pedir menos regulaciones, menos impuestos, y dejar de fomentar la idea de que ser empresario tiene fines desleales.
Tenemos que crear la cultura de que un emprendedor es alguien que ve posibilidades cuando otros ven imposibilidades, toma riesgos, se mantiene centrado sabiendo que nada o casi nada es imposible, posee una gran pasión por lo que hace y sabe que está contribuyendo a algo mucho más grande que él mismo.
Sólo entonces entenderemos que la mejor manera de hacer algo por nuestro país es emprender. En México necesitamos menos burócratas, menos gente dependiente del gobierno, menos “luchadores sociales” y muchos más emprendedores que se atrevan a crear, a ser productivos y a seguir sus sueños.

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